Publicamos un artículo de opinión de nuestro querido colaborador el coronel médico Dr. Francisco Hervás Maldonado.
Cuando uno piensa en el sentido de la sabiduría, lo lógico y esperable es que te venga a la memoria lo aprendido acerca del rey Salomón (o Solemoh, para los hebreos, e incluso Suleymän, para los árabes) y el «Cantar de los Cantares». Porque ciertamente la sabiduría consiste básicamente en saber discriminar el bien del mal en beneficio de todos. Si no, que le pregunten a Samuel Nagrella, el Nahib de Garnata al-Yahüd, la primitiva ciudad hebrea, en las orillas del río Darro, en Granada.
Hagamos un paréntesis. La ciudad de Granada es el resultado de la conjunción de tres aldeas: Elvira, habitada por un híbrido ilibérico-fenicio, la citada Garnata, poblada por judíos procedentes de la gran diáspora (allá por los romanos), que acudieron a Sefarad (la península ibérica) y posiblemente una aldea de comerciantes del oro (río Dauro o Darro, río del oro), aún más antigua.
Volvamos al Nahib (príncipe, para los judíos) Samuel, que llegó a ser visir del rey zirí Hadud, antes incluso de que la Alhambra fuera construida (al Nahib Samuel se le atribuye la creación de la fuente de los leones, actualmente en el patio del mismo nombre, sito en el cuarto real de la Alhambra). Samuel casó con Séphora y tuvo como concubina a Biláh. De la primera engendró a Yosef, con quien leía la Torá y el Talmud todos los sábados en la sinagoga de Garnata al-Yahüd. Fue hombre sabio y querido por todos, lo que no le impidió administrar justicia, a veces con notable contundencia. Por ejemplo, decapitar a un capitán que se ofreció para sofocar un alzamiento del sultán de Almería, pero no solo no pudo sino que regresó con el rabo entre las piernas y trescientos hombres menos. Pero no se merecía el honor de ser decapitado por el verdugo, sino por un carnicero, como si de una res se tratase. El carnicero le degolló entre chorros de sangre y luego, con una hachuela, le separó la cabeza del tronco, siendo colgada de la muralla en la Alcazaba, como se hacía con los ajusticiados, para escarmiento público.
Pero al final recibió la muerte que daba. Y también su hijo Yosef, quien con los cabellos atados a la cola de un caballo fue arrastrado por toda Granada, durante más de tres horas, hasta que se desmembró, arrancándosele también la cabeza, que fue lo único que al final colgaba de la cola del caballo.
Samuel, como el antiguo rey Salomón, también era de sexo incontinente, lo que le costó ser corneado por Biláh, su concubina, en la persona de su protegido y excelente poeta, el también judío Salomón Guriol, que en su altanera indiferencia siempre provocaba el amor de las damas.
La sabiduría, según Kung-Fu-Tseu (Confucio), no se sostiene si no procede de dentro de uno mismo, para lo que es fundamental poseer una gran paz interior, erigida merced al diseño del mayor alarife de paz existente: el olvido. Sí, porque la memoria es radicalmente contraria a la paz. La memoria siempre genera rencores y te lleva – como poco – al Talión, al «ojo por ojo», que no es una ley justa ni conveniente, como claramente demostró Jesús en el Gólgota: «perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen». El premio es la resurrección y la vida eterna. Es muy importante la paz interior, sin duda, pero… ¿y la honra? ¿Debemos consentir atentados contra el honor? Bueno, eso depende. Si consideras que atentan contra tu honor es que piensas que pueden hacerlo y, por tanto, te minusvaloras frente al agresor. Todo eso de la humillación y el deshonor es en realidad para el que lo intenta. Una conducta insultante o agresiva deshonra y humilla mucho más al que la ejerce que a quien la padece. Además, una cosa es evidente: nadie valemos más que nadie. Miremos a las estrellas en cualquier noche rasa, si es que tenemos dudas.
La democracia se inventa para poder aspirar todos a una igualdad de trato en lo superior. En la democracia primitiva, los esclavos no cuentan, los metecos (esclavos liberados) cuentan poco y son solamente los ciudadanos de cada polis quienes opinan. Pero claro, los ciudadanos no poseen idénticas dotaciones genéticas, pues los hay más y menos capacitados, por lo que el concepto de democracia no se cumple, pues está viciado en origen por tres motivos:
– En primer lugar, la desigual dotación genética hace que primen las apariencias sobre las capacidades reales, favoreciendo el engaño sobre la verdad
– Además, la ubicación y el nacimiento, ambas cosas muy aleatorias, condicionan el derecho de elección, lo que resulta ser, amén de injusto, bastante poco ventajoso para el común de los gobernados, pues sin duda se pierden muy buenas opciones.
– Por último, la capacidad de opinar no es la misma en todos los casos, pues guarda relación directa con la dotación intelectiva personal, la educación recibida, el entorno en que cada cual vive (básicamente la familia y amigos) y, finalmente, nuestras necesidades y aspiraciones.
Platón, bastante pillo, pero sin duda muy inteligente, descubre las imperfecciones de la democracia y propone la aristocracia como sistema de gobierno de las ciudades, entendiendo la aristocracia como el gobierno de los mejores, de los más capacitados. Este concepto, con el tiempo, se vicia en otro: la aristocracia de la sangre, que es precisamente el peor criterio posible de selección, posiblemente el de los menos capacitados.
La sabiduría no solo conlleva un buen gobierno de los pueblos, sino incluso una adecuada distribución de sus miembros. Es obvio que, como decía Churchill, la democracia es el peor de los sistemas políticos en libertad (por ser el único método de gobierno algo libre). No es posible ser sabio en la manera tradicional, individual. La sabiduría es un patrimonio común de las sociedades. Samuel Nagrella lo vio y su mérito estriba en lograr una acertada convivencia de las tres religiones de Granada: el islam, el cristianismo y el judaísmo. El nahib Samuel, reconocido y llamado así por todas las aljamas del reino de Granada (y de reinos aledaños) es en realidad un príncipe de todos y para todos. Contiene la saña del fiero Hadud, produce admiración en la corte y en los ciudadanos por su sabiduría y buen juicio, resulta además ser un gran poeta, en los ancestros del zéjel (versos cortos árabes) y posee gran prestigio entre los mozárabes (cristianos que habitan en tierras del Al-Andalus).
Porque hay que ser muy sabio para contentar a una mezcla tan heterogénea de pueblos. Valga como ejemplo el cumplimiento del rito religioso semanal: los unos el viernes, los otros el sábado y los terceros el domingo. Unos utilizan al Mohecin, que les llama a rezar a voces desde los minaretes de las mezquitas. Otros utilizan cánticos y los últimos, convocan a base de campanas. Esto es tan importante que lo primero que se hace, tras la conquista de Granada, es instalar una campana en lo alto de la torre de la vela, en la Alcazaba, campana que todas las jovencitas procuran tocar desde entonces el día dos de enero, pues dice la tradición que quien toque la campana de la vela en tal fecha, encontrará novio en el año que comienza.
Córdoba, otrora faro y guía del mundo, decae hasta la degradación suma. El relevo inicial de la sabiduría en Al-Andalus lo toma Granada, con toda probabilidad. Si no, miremos al palacio de Comares en la Alhambra, sus jardines, el Generalife y todas sus fuentes, o abajo, en la ciudad, el Palacio de la Madraza, antigua universidad andalusí.
Por tanto la sabiduría ha de ser considerada como un bien colectivo. No hay personas sabias, sino pueblos sabios que saben elegir con prudencia y sabiduría a sus regidores. El gran error de un pueblo es el de decidir cada cual lo mejor para sí, sin mirar al de al lado. Eso se vuelve siempre contra quien lo ejerce. El gran error de la democracia es no establecer filtros contra los engaños. Tal vez el gran error de la democracia sean los partidos políticos, que han de transformarse en plataformas electorales y no en seminarios ideológicos, porque ninguna ideología es concluyente en todos los ámbitos de la vida y para todos. De hecho, en la historia de la humanidad todas las ideologías has fracasado con reiteración machacona. El sabio no tiene ideas, sino que acomoda la mejor idea al momento adecuado. Los ideólogos, por definición, han de ser considerados torpes y, sobre todo, sectarios.
La sabiduría es apertura, convivencia y adaptabilidad. La sabiduría es prudencia, pero también ha de ser contundente cuando se precise, porque la razón no es inagotable, como es lógico.
El Nahib Samuel, como tantos otros sabios, lo es en tanto en cuanto sabe combinar los mejores valores por el bien del común, y un pueblo que eso lo quiere es un pueblo sabio. Sin un respaldo popular, el visir Samuel Nagrella no sería gran cosa. Pero no siempre la sociedad puede expresarse.
Por eso hemos de fomentar la paz interior, para que nuestra fortaleza interna nos impida ser esclavos de nuestras pasiones y ambiciones, que es con lo que juegan algunos sinvergüenzas disfrazados de políticos al uso, o sus secuaces. Y es muy fácil conseguir la paz interior. Basta con aceptarte como eres, desenchufándote de las ambiciones, y convivir con tu entorno: personas, animales, plantas, paisajes… hay que gozar de la belleza, distribuir cariño y buen humor por doquier, pensando más bien en lo que yo puedo hacer por los demás y no en lo que los demás pueden hacer por mi. Porque si somos fuertes y serenos por dentro, consecuentemente lo seremos mucho más por fuera.
En fin, ahí vamos tirando…