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ALGO MUY ESPAÑOL: EL PRONUNCIAMIENTO EN EL SIGLO XIX

Tomás San Clemente De Mingo

El pronunciamiento viene definido, hoy en día, según el diccionario de la Real Academia Española como «un alzamiento militar contra el gobierno, promovido por un jefe del ejército u otro caudillo». En efecto, entre 1814 y 1874, son numerosos los momentos en que los que se produce en España un pronunciamiento, es decir, una crisis política que cuenta con la decisiva participación del Ejército, o un sector de él, que inicia la rebelión contra el gobierno, autoproclamándose portavoz de un voluntad nacional que cree peligrar la libertad. Los militares involucrados sacan sus tropas a la calle y hacen público el pronunciamiento por medio de arengas, bandos y proclamas. Explican las causas por las que actúan en favor de un grupo político o apoyan una opción de gobierno determinada y amenazan con utilizar la fuerza al tiempo que apelan al pueblo al que siempre dicen representar y servir. Provocan una respuesta de las masas populares. Es esta participación popular la que convierte una intervención militar de este tipo en un pronunciamiento y no en un simple golpe de estado palaciego.
Dichos pronunciamientos han sido tildados por una parte de la historiografía como revolucionarios o contrarrevolucionarios. Sea como fuere, en todos ellos hubo una conspiración previa en la que participaban grupos civiles y en la que una vez pronunciados los militares, salían las masas populares que exteriorizaban en la calle y en las barricadas su entusiasmo por la libertad.

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Desde los primeros pronunciamientos habidos en los años que siguen al retorno a España del deseado Fernando VII hasta que el general Martínez Campos, en los últimos días de 1874, se pronuncie en Sagunto a favor de la proclamación de Alfonso XII, la intervención de los altos mandos militares en la política española fue manifiesta, constante y decisiva. Este intervencionismo tiene una característica primordial que le diferencia de la posterior intromisión de los generales en la vida pública del siglo XX: en el siglo XIX no se llegó a dar una suplantación total del régimen civil por un directorio militar. Más aún, cuando alguno de los miembros de la alta jerarquía del ejército actúa, lo hace como un hombre político de partido. Se habrá ayudado de las fuerzas que el estado dispone para su defensa, pero, una vez arriba, su vinculación con ejército se reduce a unos niveles de simple relación personal o clientelar con sus miembros. Gobernará con ministros civiles y despertará oposición también entre los propios militares de opinión política contraria. Tanto es así, que los pronunciamientos derrocaron tanto a gobiernos presididos por civiles como por militares, a moderados como progresistas, a una Monarquía como a una República.

Tras la guerra de la Independencia, se han dado una serie de cambios en el ejército español. Entre ellos, el nacimiento de un nuevo ejército; si en 1808 escoltaban a Fernando VII soldados del rey, ahora lo hacían soldados de la nación. En efecto, el ejército real había dado paso al ejército nacional.
Por otro lado, la figura de Napoleón fue un claro ejemplo a imitar. Su ascenso al poder fue un modelo a seguir en muchos de los soldados de Europa. El Bonapartismo será una de las causas que expliquen el intervencionismo militar en la política española durante las primeras décadas del siglo XIX.
En el seno del ejército, con la llegada al trono de Fernando VII, dentro de las escalas de mando había cierto sentimiento de frustración, tanto en el aspecto económico como en el promocional. Hubo sobreabundancia de mandos que provocó el estancamiento de carreras de muchos militares: sus ascensos no llegaban, lo mismo que sus exiguos salarios. A esto habría que añadir la política sectaria y selectiva de ascensos llevada a cabo por Fernando VII: unos serán ascendidos caprichosamente y otros postergados. Aparte de aquellos oficiales a quienes persigue el rey por ser tachados de liberales, también estarán los desconsiderados por las autoridades absolutistas; la mayoría de los que habían llegado de las filas de la guerrilla, los que habían ingresado en las Academias de oficiales creadas durante la guerra y muchos de los que habían sido prisioneros de guerra de los franceses. A fin de cuentas, eran hombres del nuevo ejército que había surgido durante y como consecuencia de la guerra de independencia (salvo alguna excepción como Riego que procedía de la elitista guardia de Corps). En este sentido, los diputados de Cádiz abrieron las puertas de los Colegios Militares a todos lo que quisieron entrar a formar parte del ejército y habilitaron a los jefes de las partidas y guerrillas con empleos propios del ejército regular. Tras su regreso, el deseado despreció a la mayoría de estos soldados.

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Trascendental es la imagen que tienen los políticos de los grandes soldados para comprender el fenómeno del pronunciamiento decimonónico. Si bien, en un principio la postura de recelo es la manifestada por los diputados de Cádiz, posteriormente, se pasará a una interesada aceptación que de los militares y sus intervenciones en la vida pública realizan. Postura, ésta última, aceptada por muchos de los políticos de la segunda mitad del siglo XIX.

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