Cada vez que recuerdo a Benedicto XVI (Joseph Aloisius Ratzinger), el recientemente fallecido Papa emérito, me vienen a la memoria muchas de sus lecciones, profundas y humildes, lecciones sabias de amor a los demás, de honradez, de humildad como camino de perfección, de sabiduría, otorgada por el Espíritu Santo a quienes realmente demuestran ese amor humilde y sencillo a Jesús, a través de las personas con quienes  tratan.

Desde hace casi cuarenta años voy frecuentemente a Roma, casi todos los años varias veces. Soy tan romano ya que he conocido museos que incluso han desaparecido hace años, como el museo de la civiltà romana, en el barrio de EUR, donde entonces iba de compras por ser mejores los precios que en el centro, y por tener algún quehacer en uno de los ministerio entonces allí ubicados, el de la Sanità.

He vivido el papado de San Juan Pablo II intensamente, a veces incluso junto a él, a menos de un metro de distancia. Cuando fue elegido el Cardenal Ratzinger, el alemán responsable de la Congregación para la Doctrina de la Fe, me sentí un tanto extrañado, pero solamente tuve que escuchar unas palabras suyas en 2005 para comprender su maravillosa calidad personal y religiosa. Era un intelectual de primerísima fila y una de las personas con un sentimiento de humildad tan profundo que, de alguna manera, parecía uno estar escuchando el Evangelio con las palabras de Jesús. En cierta ocasión, me parece recordar que fue en el  2006, le escuché unas palabras sobre el amor que jamás había escuchado a nadie. Estábamos en la Plaza de San Pedro, en el Angelus. Cómo sería la cosa que se me saltaron las lágrimas al escucharle. Pensé que era un tanto ridículo por mi parte, pero miré a mi alrededor y muchos hombre y mujeres también lloraban de la emoción. Allí, a través del Papa Benedicto, el Espíritu Santo se expresaba muy brillantemente. Si, eso era el amor: la solidaridad, la justicia, el esfuerzo por los demás, la ilusión por hacer felices a quienes te rodean en cualquier momento, la humildad, el saber sacrificar tus propios intereses a favor del bien común, el trabajo por y para los otros…

Aquello me impactó tanto que un par de años después compraba su libro Jesús de Nazaret, publicado por la Editorial La Esfera de los Libros, que traducía el original de la Librería Editrice Vaticana. Ese libro no tiene desperdicio. Existe en papel y digital. Es un libro que hay que leer si uno es cristiano católico. Especialmente el capítulo 5, La Oración del Señor, donde nos indica la maravilla que es la oración del Padre Nuestro. En mi libro va de la página 161 a la 205. Alí analiza frase por frase el sentido de esta oración y poco a poco nos lleva a una conclusión importante: siempre un hijo recibe un amor sin límites de un padre, y por eso debe sincerarse con Él y compartir todas sus inquietudes, pues es nimia su experiencia al lado de la de su padre, máxime si ese padre es Dios.

Algo que siempre me impresionó fue su amor a la Justicia. Obviamente, si no somos justos con los otros, tampoco lo somos con nosotros mismos, pues nos atribuimos facultades que no tenemos.

Y siempre recuerdo cuando se puso el tricornio de la Guardia Civil, yo creo que también en recuerdo de su padre, un policía creyente y justo, que educó a sus hijos en el amor de Dios y la Fe.

Muchas palabras de Benedicto XVI definían muy bien la vida benemérita, que la Guardia Civil lleva en beneficio de los españoles. Y no solo de los españoles, pues cada vez más interviene en ayudas internacionales y en defensa de nuestra fauna y nuestra flora. ¡Cuántos Guardias han dado su vida en defensa de la justicia y de la paz! Especialmente en el País Vasco, pero también en muchos otros lugares. Ha muerto por ser honrados, por ser justos, por amar a los demás. Como Jesús nos enseñó.

Tengo que reconocer que estoy impresionado por este Santo Padre, que fue un ejemplo vivo de lo que cualquier cristiano deberíamos ser. Espero que pronto sea beatificado y santificado. De hecho, yo creo que debemos esperarlo y para ello, encomendarnos a él, rogándole muy especialmente que vele por nuestros Guardias. Y si tenemos ocasión, deberíamos leer alguna de sus obras, que son ejemplares, muy bien escritas, llenas de amor y sabiduría, humildes y un ejemplo de Fe.

Joseph Ratzinger o Benedicto XVI no nos ha dejado. Está, como dijera San Agustín –al que este Papa admiraba– en la habitación de al lado. Él nunca hablaba de muerte sino de encuentro con Jesús. De hecho, como muchos sabemos, sus últimas palabras antes de morir fueron: “Jesús, te quiero”. Y allí, en la habitación de al lado, sigue intercediendo por España, pues amaba a nuestra nación profundamente. Por eso, debemos de ser optimistas con vistas al futuro, pues en el Cielo tenemos un gran valedor nuestro.

Francisco Hervás Maldonado
Coronel Médico (R)
Presidente del Círculo Ahumada