Fermina Izquierdo Novoa, de 92 años, asiste orgullosa a la entrega de un diploma a su hijo durante el 171.º aniversario de la Benemérita
Bisnieta, nieta, hija, esposa y madre de guardias civiles. La trayectoria vital de Fermina Izquierdo Novoa hunde sus raíces en la misma historia de la Benemérita, que ayer celebró su 171º aniversario. Su bisabuelo, Genaro Novoa, entró en la Guardia Civil en 1853, apenas nueve años después de crearse el Cuerpo, por lo que puede considerarse uno de sus primeros integrantes. Desde entonces, la familia de esta mujer de 92 años ha pertenecido a la Guardia Civil. Ella misma se casó con un miembro del Cuerpo, el brigada Luis Rubio, allá por los años cuarenta, cuando la vida de los guardias (no solo ellos) «era muy difícil». Aun recuerda las 300 pesetas que cobraba su marido. «El sueldo no era grande (tampoco ahora), pero uno iba apartando lo que podía y lo hacíamos bien. Esas 300 pesetas son lo que me quedaron cuando murió», dice.
«Era una vida sacrificada. Ahora es mejor», sostiene esta mujer, que ayer, durante los actos del aniversario de la Guardia Civil en el cuartel del Rubín, asistió a la entrega de un diploma a su hijo, el guardia de la reserva José Luis Rubio Izquierdo, a su vez tataranieto, bisnieto, nieto e hijo de agentes. «Vivo esta fiesta con mucha emoción, aunque también con mucha pena porque ya no está mi marido», indicó la mujer.
La de ayer es la celebración más emotiva de la Guardia Civil, en la que se rinde homenaje a los agentes que pasan a la reserva, se recuerda a los fallecidos y hay una mención especial a las familias, cuyo apoyo, comprensión y sacrificio sostienen a los miembros del Cuerpo. Presidieron el Delegado del Gobierno y el coronel jefe de la zona de Asturias, Juan Bautista Martínez-Raposo, pero también estuvieron presentes los jefes de las comandancias, los tenientes coroneles Luis Germán Avilés (Oviedo) y Francisco Javier Puerta (Gijón), autoridades de lo más diverso y antiguos responsables de la Benemérita, como el general retirado Pedro Laguna.
Uno de los momentos álgidos de la celebración fue sin duda la despedida de la bandera por parte de los agentes recién pasados a la reserva, la última muestra de respeto hacia un símbolo que «juraron defender en su juventud». A uno de estos guardias, José María Bouha Portabales, le cupo el honor de resumir en unas palabras el sentir de sus compañeros. Y es que su historia resume la de la Guardia Civil en los últimos cincuenta años. «Entré en la Guardia Civil el 1 de septiembre de 1971. Me destinaron a San Martín de Podes, sin teléfono ni radioteléfono, de forma que estábamos incomunicados. Fui unos de los últimos guardias con correaje, mosquetón y tricornio con barbuquejo. La uniformidad la pagaba con mis haberes, los turnos de seguridad eran de 24 horas», relató. «En el 81, conduje uno de los primeros Renault 4 del Cuerpo, un gran avance para el servicio de correrías. Luego vinieron las nuevas tecnologías, que a los de mi generación nos llegaron tarde», aseguró. Y finalizó, con la voz rota por la emoción, pidiendo un homenaje para las esposas de los guardias, que «hicieron de papás y mamás, y también maravillas con nuestros haberes».
Durante el acto hubo un recuerdo para Julio Javier Montes Menéndez, el brigada del puesto de Ujo fallecido en accidente de moto el pasado septiembre en Tamón (Carreño), al que se concedió un diploma recogido por su hija Cristina. También se entregó la Cruz de Plata de la Orden al Mérito de la Guardia Civil a María Asunción Barredo Fernández, madre del guardia Antonio Lombardo Barredo, fallecido el año pasado tras una larga enfermedad. Carmen Jiménez recogió un diploma concedido a su marido, Miguel Ángel Hidalgo Rodríguez, fallecido poco después de pasar a la reserva, tras décadas en la Guardia Civil. Un total de quince agentes recibieron la Cruz de Mérito de la Guardia Civil con distintivo Blanco, entre ellos el capitán Sebastián Peñato, piloto del Cuerpo, los tenientes Avelino Torres e Iván Fernández o la sargento Sonia María Fonseca.
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