Sostiene la bibliotecónoma, filóloga, lexicógrafa y redactora del afamado diccionario que su nombre lleva, María Juan Moliner Ruiz, que la expresión significa: “… buscarle complicaciones a un asunto que de por sí no las tiene”.
Otra acepción remitiría a ponerle reparos poco o nada fundados a la conducta o asertos de terceros, un poco porque sí y porque a ver qué dice si me opongo. Con idéntico sentido y usando en metáfora al mismo animalillo, se dice “buscarle la quinta pata al gato”. Tres sería negar la evidencia, excepto, claro está, en casos de mutilación traumática del felino, y cinco una manera deliberada de mal contar, incluyendo la cola en el repertorio de patas. Para resolver el dilema entre tres y cinco, eso sí al estilo y modo salomónico, a alguien se le ocurrió una cuarteta que dice:
El normal cuatro presenta,
tres si le falta una sola,
y cinco si quien las cuenta
toma por pata la cola.
Llegados a este punto, no deja de ser curioso que los debates en torno a las cuestiones gatunas y sus confusiones aledañas se hayan procurado llevar casi siempre al terreno de la lírica. En los Siglos de Oro y del hambre atroz, fue muy frecuente usar gato en preparaciones culinarias, intentando hacer pasar al minino por lo que no era. Así, Quevedo y otros ilustres fedatarios de la época nos refieren que ante las fuentes de cabrito asado o frito que ofrecían algunos mesones, ventas y ventorros, los comensales, antes de hincarle el diente lanzarán sobre él este conjuro rimado: “Si eres cabrito, mantente frito; si eres gato, salta del plato”.La fraudulenta práctica coquinaria se extendió por los siglos posteriores y a ella se refiere en hondo cantar el periodista y dramaturgo gerundense José Fernández Bremón (1839-1910) en su poema Dar gato por liebre, que dice así:
Elige un gato joven
que tenga buena facha:
llamas al aguador y lo despacha.
Cébale con riñones,
asaduras, mollejas y pichones;
prohíbe darle sustos,
desazones, castigos y disgustos,
y al año o poco más, tendrá el minino
el cogote muy ancho, el pelo fino.
Ya gordo y reluciente,
haciéndole caricias con la mano,
degollarás al gato dulcemente
como si degollases a tu hermano.
Desuéllale con arte,
límpiale bien, y que le oree el viento.
Pásale un espadín de parte a parte
y ásale a fuego lento:
despacio y muy a punto,
báñale con un unto
de aceite aderezado
con limón y con ajo machacado;
en tanto, le volteas;
y sólo a medio asar, es el instante,
con sal le espolvoreas;
no apartando del gato la mirada
hasta que su corteza esté dorada,
y asado el animal y harto de fuego,
con punzantes aromas
le obligue a que le saques y le comas:
si al asarle, seguiste mis consejos,
ríete de las liebres y conejos:
sólo algún mentecato
a quien trates de dar gato por liebre
pedirá que le des liebre por gato.
“Buscarle tres pies al gato”, con tal de que no salte del plato escrito por Javier Sanz en: Historias de la Historia