Complicidades de la iglesia vasca
Jacobo de Andrés
Las recientes palabras del obispo emérito de San Sebastián, Juan María Uriarte, equiparando, una vez más, a las instituciones democráticas españolas con la banda terrorista ETA, han puesto nuevamente de manifiesto el papel inicuo que la Iglesia vasca ha desempeñado en relación con el terrorismo.
La memoria colectiva es quebradiza, y más en los tiempos que corren, y por ello resulta conveniente recordar algunos detalles para situar con precisión cuál ha sido el papel que han jugado las sacristías en el mantenimiento de la actividad terrorista durante décadas. En este sentido, hay que señalar que ningún cura ha sido nunca asesinado por ETA, pero sí han sido varios los canónigos detenidos y juzgados por pertenencia a esta organización criminal. De hecho, en la reciente historia vasca hay no pocos párrocos criminales, párrocos cómplices de los asesinos, párrocos que han participado en secuestros y un sinfín de templos que se han utilizado como refugio de pistoleros etarras, de terroristas callejeros y de familiares de presos de ETA. Y es que desde que el 17 de marzo de 1978 ETA asesinara al técnico de Iberduero Alberto Negro con el apoyo logístico de un sacerdote rural hasta los gritos proferidos por el cura donostiarra, ya fallecido, José Manuel Balentziaga, “Balentxi” de ¡Gora ETA! o ¡ETA, Mátalos!, no son pocas los gestos filoetarras esbozados por la Iglesia nacionalista vasca.
Hasta la fecha, en Guipúzcoa, el territorio de España donde ETA ha cometido la mayor parte de sus crímenes, la Iglesia ha organizado una única misa en recuerdo de las víctimas del terrorismo. Un servicio en más de cinco décadas. Esta celebración, que tuvo lugar en el mes de octubre de 1998 en la Catedral del Buen Pastor de San Sebastián, no contó con la presencia en la misma del entonces obispo de San Sebastián, José María Setién, ya que éste se negó a impartirla, y, además, durante la ceremonia se censuraron varias preces (oraciones) de las que el Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco (COVITE) había preparado para la liturgia. En aquellas preces, incluso, el párroco Bartolomé Azurmendi suprimió directamente todas las referencias que se hacían a España, a las víctimas de los cuerpos de seguridad o a la necesaria libertad de los ciudadanos.
Curiosamente, en este mismo templo, en la donostiarra Catedral del Buen Pastor, familiares de presos de la banda terrorista ETA han estado encerrados periódicamente durante años expresando así su petición de acercamiento de los asesinos a cárceles de Euskadi. El obispo y el párroco de turno nunca pusieron trabas a las concentraciones llevadas a cabo por estas persona, aunque, por el contrario, nunca permitieron concentraciones similares por parte de las víctimas del terrorismo a las que hoy se atreven a exigir la concesión del perdón.
Ciertamente, no se puede decir que toda la Iglesia vasca haya sido cómplice de ETA y del nacionalismo vasco. Pero hace un tiempo, un estudio revelaba que el 80% de los sacerdotes vascos se declaraba nacionalista y que al menos otro 10% se reconocía como perteneciente al entorno político de ETA-Batasuna. Salvo honrosas excepciones que pueden contarse con los dedos de una mano (Jaime Larrínaga, Antonio Beristain, Alfredo Tamayo Ayestarán, Rafael Aguirre, Fernando García de Cortázar), la Iglesia vasca ha tenido con respecto a las víctimas del terrorismo de ETA un comportamiento inmoral, indecente y vergonzoso.
El sacerdote vizcaíno Jaime Larrínaga, hoy “exiliado” en Madrid por las amenazas vertidas contra él desde ámbitos del nacionalismo vasco más radical y violento, me lo explicó un día muy claramente: «La Iglesia vasca, y esto no es ningún secreto, es en su mayoría profundamente nacionalista. Cuando hay que nombrar a algún obispo para alguna de las diócesis vascas se emplean, por parte del clero de esta región, todos los medios para que sea un obispo nacionalista. Se podría exigir que fuera un buen pastor, católico, universal, abierto para una sociedad y una iglesia plural. Pero no. La Iglesia vasca solamente muestra su cara nacionalista. Ha sacralizado Euskadi, y la ha colocado por encima del Evangelio y de Dios. Dentro de esta concepción nacionalista, los terroristas, los que hacen el «trabajo sucio», son considerados como los hijos «descarriados», como los hijos pródigos a los que hay que atender y respetar en sus derechos. La Iglesia sí que condena las muertes, pero ignora a los asesinos, y los asesinos, cuando son detenidos y juzgados, encuentran en la Iglesia amparo y defensa. De esta forma, la Iglesia, al mostrarse piadosa con los crueles, se convierte en cruel con las víctimas. La Iglesia vasca siempre ha denunciado los crímenes de ETA, pero jamás ha condenado a los asesinos”.