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Hay palabras y expresiones de nuestra lengua que usamos de forma muy habitual, y que tienen uno o varios significados; si indagamos en los orígenes de esos términos –es lo que se conoce como etimología–, descubriremos que muchas de ellas tienen su razón de ser en el mundo militar. Desde advertencias como “no andes con el bolo colgando”, a rechazos como “vete a la porra”. Aquí te explicamos de dónde vienen.     


“Vete a la porra”


Todos la hemos utilizado para despedir a alguien ‘con fastidio’ o, incluso, con enfado; para cortar la conversación y mostrar el desacuerdo con nuestro interlocutor. Se viene repitiendo que su origen proviene de los viejos tercios españoles de los siglos XVI y XVII, cuando al soldado que había cometido una falta se le ordenaba presentarse al ‘tambor mayor’ –el jefe de la banda de tambores– y cumpliera el arresto. Y, como suele decirse que aquellos ‘tambores mayores’ utilizaban un grueso bastón para dirigir a sus bandas, se habría sustituido la persona por su instrumento característico.

Sin embargo, analizando los documentos antiguos, se des­cubre que el origen de esa expresión es muy diferente. En los antiguos tercios había un ‘tambor’ en cada compañía de infantería, un ‘tambor mayor’ en cada tercio, y un ‘tam­bor general’ en cada ejército operativo. Sin embargo, tanto en la literatura relacionada con este asunto –de autores co­mo Scarión de Pavía, Gallo y otros–, como en la pintura mi­litar de esos siglos, no hay referencias a que el ‘tambor ma­yor’ tuviera un bastón de mando, y menos uno que merecie­ra el calificativo de ‘porra’. Más adelante, en las grandes re­formas que Felipe V impuso al Ejército a principios del siglo XVIII, y en el aparta­do de los modelos de bastón de mando según los empleos, se asignó al ‘tam­bor mayor’ “un bastón de madera, sin pomo ni casquillo”. En realidad, nada especial que sugiriese una ‘porra’, co­mo se ve en una interesante representación del Tambor Ma­yor del Batallón de Infantería de Castilla, Fijo de Campeche, en Nueva España (México), en 1785. En él se aprecia que el bastón no tiene grandes dimensiones ni nada de particular. Cuando sí se aprecia que el bastón se ha convertido en una gran porra es en los tambores mayores de los batallones in­tegrados en la División del Norte que fue a Dinamarca en 1808 como aliados, entonces, de Napoleón. Así, pues, la expresión nace a lo largo del siglo XIX, época a la que perte­necen las porras conservadas en el Museo del Ejército.                    


“No andes con el bolo colgando”

Del cabreo o fastidio pasamos a la advertencia. Esta frase se utiliza para avisar a alguien de que debe estar alerta. Bolo es la denominación común de un tipo de machete, largo, que las tropas españolas utilizaban para abrirse paso por la selva durante la guerra de Cuba –que ocurrió a finales del XIX, primero contra los insurrectos, después contra los estadounidenses, y que acabó en 1898–. Como el bolo también se utilizaba en el combate, “andarse con el bolo colgando” equivalía a estar confiado, con el machete colgando del cinturón, en su vaina. Por lo tanto, esta expresión es la advertencia para abandonar la actitud pasiva y ponerse en guardia, dispuesto para la acción.
               

“Poner la pica en Flandes”

          

Esta expresión define haber alcanzado un objetivo muy difícil, que ha exigido mucho esfuerzo, sacrificios, tiempo y dinero. Tiene que ver con la larga guerra de Flandes sostenida con los rebeldes holandeses durante los siglos XVI y XVII, porque el envío de refuerzos españoles se hacía por una vía muy larga y repleta de obstáculos. Los nuevos soldados partían de Castilla, embarcaban en los puertos levantinos, llegaban a Italia, se adiestraban y, en grandes columnas, marchaban a pie hasta Flandes por caminos y pasos de montaña de territorios aliados o pactados, aunque siempre con la amenaza de los ataques franceses. La marcha de los refuerzos era muy complicada y podría durar hasta un mes. La ruta, hoy en día, conserva su antiguo nombre de “El camino español”.
  

“Ser el talón de Aquiles”


Esta frase alude al único punto débil de algo o alguien. Este personaje, Aquiles, que forma parte de la mitología griega, fue untado por su madre cada día con ambrosía –sustancia que era alimento de los dioses–. La intención era dotarle de inmortalidad. A su vez le bañaba en el río Styx porque sus aguas otorgaban el ‘don de la inmortalidad’;sin embargo, para sumergirle, su madre le sujetaba boca abajo agarrándole por los talones, de forma que el efecto mágico del agua del Styx no protegió esa zona, quedando tan vulnerable como la de cualquier otra persona. En la guerra de Troya, tras derrotar a Héctor, Aquiles fue herido en el talón, lo que le causó la muerte.
                             

“Echarte con cajas destempladas”

Esta frase se aplica cuando se expulsa a alguien de algún sitio, grupo o empresa con desagrado, con decepción y hasta con deshonor. Antiguamente, en el Ejército, se denominaba caja a lo que hoy en día se llama tambor. Templar, o destemplar, las cajas equivalía a tensar o destensar la superficie del tambor para graduar su sonido. Así, por ejemplo, se destemplaban o destensaban las cajas en los funerales militares para que su sonido fuese más triste. Sin embargo, la expresión toma su sentido de las ocasiones en que se expulsaba a alguien de las filas del regimiento por haber cometido una falta o delito castigado con ello, porque había incurrido en deshonor. El regimiento se libraba así de un indeseable y escenificaba su desagrado o reprobación destemplando las cajas de los tambores.              
   

“Ser una bicoca”


Cuando decimos esta expre­sión queremos expresar que algo vale mucho… pero que se ha conseguido por muy poco, que ha sido casi un regalo. El Diccionario de la Real Acade­mia Española lo define como: “ganga, bien que se adquiere a bajo precio”.

El origen de esta expresión se encuentra en una batalla que la alianza de las tropas espa­ñolas, milanesas, pontificias e imperiales libró, el 27 de abril de 1522, contra las francesas en el contexto de las guerras por la dominación de Italia. Bi­cocca era una localidad cerca­na a Milán –hoy integrada en su extensión-, capital del terri­torio del norte italiano que, a principios del siglo XVI, resul­taba fundamental para detener los intentos de invasión france­sa de la península italiana.

Resulta difícil saber las fuerzas exactas que participaron en la batalla por cada uno de los bandos, pero se acepta que los invasores franceses resultaban muy superiores, con cerca de 18.000 hombres.

Sin embargo, la victoria cayó pronto del otro bando. La ex­plicación de esta sorprenden­te victoria estuvo en la nueva infantería española porque es­taba dotada de un elevado nú­mero de armas de fuego, los arcabuces, y con su fuego cons­tante y preciso derrotó muy pronto a quienes eran, hasta entonces, invencibles: las ma­sas de piqueros suizos –solda­dos armados con una lanza o pica- que constituían el grueso del ejército francés.

Esta nueva forma de comba­tir, en la que predominaban los disparos de los arcabuces, sorprendió, desmoralizó y de­rrotó a los piqueros contrarios en muy poco rato, causándoles muchas bajas a costa de pocas propias. Éste fue el bajo precio que se pagó para obtener esa gran victoria.

Más como resumen burlón que como dato rigurosamente his­tórico, los relatos sobre esta batalla refieren que los espa­ñoles sólo tuvieron una baja, mientras que las tropas fran­cesas padecieron 3.000 muer­tes. Y para mayor burla, el re­lato mítico refiere que el solda­do español murió a causa de la coz de una mula. 
               

“Salir el tiro por la culata”


Esta expresión se utiliza cuando algo sale de forma inesperada, a pesar de estar bien organizado. Su origen está en los cañones de los antiguos fusiles de avancarga (desde finales del siglo VXII hasta el XIX) que se componían de dos piezas: el tubo propiamente dicho, cuya ánima o parte inferior iba de un extremo a otro, y una pieza que se atornillaba a la parte trasera para cerrarlo herméticamente y que la energía del disparo saliera hacia adelante impulsando la bala. Dicha pieza, a pesar de ir firmemente atornillada, podía perder su estanqueidad debido a los disparos continuados, ya que los residuos de la combustión de la pólvora llegaban a corroer esta parte si no se limpiaba bien. Por ello, en los fusiles viejos, era posible que reventaran y que parte de la llamarada del disparo “saliera por la culata” pudiendo quemar la cara del tirador.

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