Excelente articulo de actualidad, que nos envia nuestro colaborador Francisco Hervás Maldonado, Coronel Médico en la reserva.
EL AGUA, LAS CUENCAS FLUVIALES Y LAS INUNDACIONES.
Estamos viviendo estos días una tragedia tremenda. Como consecuencia de las nieves previas y el deshielo, además de las lluvias pertinaces, el río Ebro inunda los campos en Navarra, La Rioja y Aragón. La pobre gente se ve obligada a abandonar sus casas, sus negocios, se cierran los centros docentes y los campos, anegados, hacen perder cosechas y ganado. La UME, Protección Civil, la Guardia Civil y un sinfín de voluntarios, trabajan a destajo, para paliar los efectos de esta catástrofe.
Vaya por delante toda nuestra solidaridad y cariño para con las víctimas. Aún es pronto para poder evaluar fidedignamente la verdadera dimensión de esta catástrofe. Sin embargo, no solamente es oportuno sino que incluso es más que conveniente el hacer unas breves reflexiones al respecto. ¿Se tendrían que haber tomado medidas preventivas? ¿Puede esto volver a suceder? ¿Cómo hemos de actuar en circunstancias similares a partir de la fecha.
La respuesta la dan parcialmente los damnificados: limpiar el río. Pero eso no es más que una pequeñísima parte de lo que se debería hacer. El establecimiento de unidades de vigilancia de cauces, no dependientes de las Autonomías, sino del Estado, sería la primera medida. La Guardia Civil podría ejercer esta función y ante cualquier leve alteración, avisar a Protección Civil para que tome medida preventivas, como dragado y señalización protegida de los cauces. Esto ha de ser pagado por los ayuntamientos o comunidades autónomas responsables, siguiendo la norma de “quien contamina, paga”, de manera que las empresas o ciudadanos que arrojen materiales al río, habrán de ser debidamente sancionados, empezando por los propios ayuntamientos, cuyas cloacas han de verter suficientemente lejos de las riberas, siendo depuradas dichas aguas previamente a su canalización para riegos u otros menesteres. Todos los veranos hay que ejercer el mantenimiento del cauce, como el de los bosques en el otoño o el de las carreteras en primavera.
Además, los grandes cauces han de estar intercomunicados. Los trasvases son de cajón. Es ridículo que unos se mueran de sed y otros se ahoguen. Pero siempre que se toca el tema, entra un frenesí egoísta, de manera que algunos prefieren morir ahogados a compartir. Es verdaderamente ridículo y a medio plazo, la persistencia en el error se convierte en un atentado medioambiental serio, puesto que el cambio climático es un hecho y la dinámica preside todos los climas de la tierra. Es imprescindible, por tanto, la intercomunicación de los grandes cauces. Y no lo digo yo, lo dice la ONU, la UNESCO e incluso la Unión Europea. Lo que los presuntos ecologistas anti-‐trasvase – que dudo de su ciencia bastante – cuentan para justificar su egoísmo es mentira. Así de claro.
Igualmente, la política del agua ha de ser lo más eficiente posible. Más que grandes pantanos, que también, las autoridades han de preocuparse de construir una gran cantidad de pequeños embalses, casi uno en cada pueblo, para garantizar el suministro y, sobre todo, el riego y el abrevado del ganado. Dicho suministro industrial o ganadero no debería ser libre, sino mediante asignación de cuota por explotación, al igual que el riego. Esto es tan evidente como antiguo. Primero los romanos y luego en al-‐Ándalus ya lo practicaban. No se derrochaba el agua. ¿Por qué ahora sí? No tenemos más que ver los acueductos y canalizaciones. El agua se derivaba de unos lugares a otros. Por ejemplo, ¿por qué hemos perdido la costumbre de construir grandes aljibes? Los tenemos en la Alhambra y en toda Granada. En lugares cálidos, el aljibe protege de la evaporación. Y en ellos es bastante sencillo hacer la potabilización del agua. Por tanto, muchos pequeños embalses y más aljibes. Esto no se hace de la noche a la mañana, pero ya estamos tardando en empezar. Un efecto secundario de ello sería el incremento de puestos de trabajo. Y olvídense de las plantas desalinizadoras del agua de mar. Eso es una fuente de contaminación tremenda, son carísimas y su eficiencia es ínfima. Con todos mis respetos: un disparate propio de gentes con pocas ideas.
El drenaje de las montañas no debe dejarse que se haga “a su amor”, sino dirigirlo adecuadamente en múltiples vías. Y por otra parte, el paso de las aguas por las poblaciones ha de racionalizarse. Pondré el ejemplo de la ciudad de Viena, donde hartos de las crecidas del río Danubio y sus consecuentes inundaciones, dividieron al río en cuatro brazos para su paso por la ciudad. Es decir. Que el Danubio por Viena se convierte en cuatro ríos o cuatro canales, como se prefiera, de notable magnitud. Bueno, pues eso mismo habría que hacerlo en muchas poblaciones en las que las inundaciones se repiten una y otra vez. Eso sí, bien hecho, no como el del chiste, que cobraba y no hacía nada o lo hacía mal y racaneando, lo cual es peor aún. Los cursos de las aguas pueden y deben ser debidamente dirigidos por bien de todos, incluido el clima, aunque algún pseudo-‐ecologista no me crea.
Finalmente, creo que la Agencia Estatal de Meteorología tiene gente sobradamente preparada. Cuando te dicen que va a nevar o llover, es porque lo va a hacer. Por favor, hagámosles un poco caso y tomemos medidas preventivas.
Solo un detalle tangencial al respecto. Que a nadie se le permita construir en cauces o torrenteras, y que los edificios públicos importantes, como instituciones o colegios, procuren construirse más bien en alto y no en laderas.
Bueno, esto para empezar. Se me ocurren otras muchas ideas, pero mejor vayamos a lo fundamental: las catástrofes no se previenen con ideas políticas, sino con una buena dosis de cordura y esfuerzo.
Francisco Hervás Maldonado, Coronel Médico en la reserva.
2 de marzo de 2015.