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El 30 de diciembre de 1870 tuvo lugar un hecho que conmovió a España entera y fue decisivo en el curso de los acontecimientos del final del malhadado siglo XIX español, cuando moría el entonces presidente del Gobierno español, don Juan Prim y Prats (1814-1870), tras tres días de convalecencia de sus heridas recibidas en atentado terrorista.

Prim, uno de los pocos próceres liberales del siglo XIX que merecen mi admiración y respeto por su honestidad y valor, tuvo una vida novelesca que haría un excelente guión de película de aventuras. Como todos los genios, fue un personaje contradictorio: Defensor del catalanismo económico, pero constructor del Imperio Español en el África. “Monárquico a la catalana” (como decía Ricardo De la Cierva) pero anti-borbónico.

Odiado por muchos de sus paisanos catalanes por su firmeza y brutalidad en la represión de las insurrecciones carlistas o de extrema izquierda, pero adorado como un dios por sus “voluntarios catalanes” con los que consiguió la gloria en las arenas del África. Partidario de la causa de la Unión contra la Confederación en la Guerra de Secesión norteamericana, (llegó a conocer en persona a Abraham Lincoln), pero racista y represor en la rebelión de los negros macheteros de la Martinica, territorio francés que invadió para evitar que la revuelta negra amenazara la isla española de Puerto Rico. Liberal progresista, apoyó con su ejército a la causa de los conservadores mexicanos que con apoyo exterior europeo trataron de entronizar al desgraciado Emperador Maximiliano I de México contra el progresista Benito Juárez.

Prim había realizado una brillantísima carera militar desde los 19 años en 1834, y era tal su valor en los combates cuerpo a cuerpo que ganó dos laureadas de San Fernando, matando a varios cabecillas de partidas carlistas, e incluso consiguiendo en persona la bandera del IV Batallón Carlista de Cataluña en la toma de San Miguel de Serradell. Al terminar la Primera Guerra Carlista había participado en 35 combates cuerpo a cuerpo y su fama se extendía por toda España, habiendo alcanzado en 6 años de guerra el empleo de coronel. Había sido compañero de armas (y también de conspiración) de los militares liberales españoles O,Donell y Milans del Bosch (antepasado del Capitán General de la III Región Militar condenado en el 23-F). Su tendencia militar progresista no le impidió reprimir duramente la rebelión de extrema izquierda acaecida en Cataluña en agosto de 1843 (la Jamància), tomando por duro asedio Barcelona. Su fama de represor, primero contra los carlistas, y después contra sus paisanos sublevados del otro extremo del arco político llevaron a buena parte de la población de su Cataluña natal a odiarlo, pero se reconcilió con ellos en la Guerra de África (1859-1860) cuando, nombrado general, dirigió a sus “Voluntarios Catalanes” al asalto contra las posiciones moras encabezando a caballo cargas a pecho descubierto, convirtiéndose en el “héroe de Castillejos” por su contribución decisiva a la victoria de las armas españolas en dicha batalla, lo que le valió recibir el honor de convertirse en Grande de España, así como el homenaje en bronce en recuerdo de su hazaña.

En el momento de morir, Prim era presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, capitán general de los Ejércitos, marqués de los Castillejos y conde de Reus.

Todavía hoy se considera el magnicidio de Prim como el mayor misterio criminal de la Historia de España, seguido por el atentado contra Carrero Blanco, cuyas claves han ido desvelándose durante las últimas cuatro décadas. Existen demasiados paralelismos entre ambos magnicidios.

Como Carrero, Prim iba por Madrid casi sin escolta armada y no llevaba pistola. Aunque a diferencia del almirante el político catalán murió estrangulado en Madrid en su residencia del Palacio de Buenavista, sede del Ministerio de la Guerra, a manos de personas de su total confianza, en su muerte, a semejanza de la de Carrero, habrían participado algunas personas pertenecientes a las más altas instancias de la Administración del Estado. Como con Carrero, este terrible magnicidio, consumado con posterioridad a su atentado del 27 de diciembre de 1870, sirvió para cambiar el régimen político y la historia de España.

Prim murió un 30 de diciembre de 1870, es decir, poco más de 100 años antes del atentado contra Carrero, también en las fechas navideñas (sufrió el atentado el día 27 de diciembre, cuando el de Carrero fue el 20) y, salvando las distancias tecnológicas, con un “modus operandi” similar (colocación de coches en la trayectoria del vehículo oficial que lo obligan a aminorar velocidad al entrar en la Calle del Turco, emboscada causada por tres terroristas al acecho que disparan contra el coche oficial, y conspiración urdida desde las altas esferas, con la participación segura del duque de Montpensier y la probable del principal rival político de Prim, el general Serrano, quien lo habría estrangulado directa y personalmente mientras convalecía de sus heridas tras el atentado para asegurar el resultado mortal del mismo, según revelan las más recientes investigaciones forenses.

Por si no faltaran coincidencias, resulta que poco más de 100 años después, en 1973, recién llegado a Madrid, el etarra Chomín se refugió en un piso de la Calle Prim. Estas circunstancias paralelas recuerdan a las habidas en los magnicidios de los presidentes Lincoln y Kennedy en Estados Unidos y parecen revelar que existen unas extrañas sincronicidades registradas en los Estados relativas a los magnicidios que determinan el curso de la Historia, en cuanto a los nombres de los personajes que intervienen, las causas, el tiempo y el lugar, como preparados por una extraña “mano negra” del Destino.

La versión oficial había sostenido que Prim murió a causa de las heridas producidas por los disparos que recibió en el atentado del 27 de diciembre, pero la reciente investigación de Francisco Pérez Abellán y de otros forenses ha demostrado, (Comisión Prim de Investigación, 11-2-2013), después de estudiar su momia, que Prim fue estrangulado, aunque no han faltado facultativos que han tratado de confirmar la versión oficial en otro estudio, afirmando que la muerte la produjo el estrangulamiento causado por los cierres del cuello de su uniforme, lo que resulta completamente absurdo, sobre todo si se examinan las fotografías de su momia en las que se percibe, pese al paso del tiempo, la aparición de huellas diagonales en el cuello propias del estrangulamiento hecho con lazo. En su asesinato habrían participado, además de altos miembros del Ejército y del gobierno de España, como el general Serrano, la masonería y los servicios de inteligencia de Francia y Gran Bretaña, deseosos de librarse de un estadista español que no estaba dispuesto a dejarse manejar como un muñeco como lo había hecho la reina Isabel II y sus antecesores en el trono desde Carlos IV. El brazo ejecutor, los terroristas republicanos, fueron los anti-sistema precursores de la ETA de 1973.

Prim era masón, pero desde que alcanzó las más altas cimas de la dirección política del Estado había iniciado un camino hacia el distanciamiento de la secta, tal vez porque, como Pinochet o Bonaparte, había llegado al convencimiento de lo dañina que era la supuesta organización filantrópica para la soberanía e independencia de la Nación. Masones eran también los principales sospechosos de estar tras el atentado. En cualquier caso, sus antiguos hermanos de la orden le dieron un final acorde con su pasada orientación espiritual, de manera que colocaron dos ojos de vidrio en su cráneo que aún hoy impresionan a los forenses que examinan su cadáver, aunque también es posible que el rito masónico de su enterramiento sirviera de paso para despejar sospechas, al igual que los dirigentes del III Reich despidieron a Rommel con los máximos honores políticos y militares tras haberle “aconsejado” que se suicidara por su probada participación en el complot para el asesinato de Hitler en 1944.

Berlina cupé del general Juan Prim y Prats

Berlina cupé del general Juan Prim y Prats

Tras salir de las Cortes a las 19:30 horas subieron al carruaje de Prim los diputados Sagasta y Herreros de Tejada (este último con apellido que en otra trágica coincidencia más con el atentado contra Carrero Blanco, recuerda al Fiscal General del Estado que investigó el asesinato de éste, don Luis Herrero Tejedor), pero antes de salir, los diputados recordaron “casualmente” que se les había olvidado hacer alguna cosa, y abandonaron el coche dejando a su suerte al general Prim con su secretario personal, Nandín. Al paso del carruaje camino del Ministerio de la Guerra por la calle del Turco (actual Calle Marqués de Cubas) se produjo el atentado. Fue tal la descarga de escopetas cortas y arcabuces que atravesaron su carruaje, que pese a que la trama terrorista contaba con otros dos grupos más de facinerosos que esperaban en otras calles el paso del presidente, éstos no actuaron pensando que aquél ya era cadáver, lo que indica una gran preparación y coordinación del atentado, con participación de entrada de numerosas personas en su ejecución.

Prim recibió ocho impactos directos de bala en el hombro izquierdo, dos más en el codo, -que le volaron la articulación,- y un tercer disparó en el dedo anular derecho, que tuvo que ser amputado. En la autopsia, se recoge la declaración del forense que dice que la herida grande del hombro es “mortal ut plurimu,” es decir “mortal de necesidad”. Pero años después se ha comprobado que las heridas, aunque terribles para la mayoría de las personas, no fueron mortales para él, un general curtido en mil batallas, y nunca deberían haber conducido a Prim al otro mundo, pero “alguien” impidió su recuperación y aprovechó su estado de indefensión de convaleciente para quitarlo de en medio.

Esa misma noche del 27 de diciembre, el Gobierno emitió un mensaje, reconociendo que las heridas sufridas no eran graves, y que por lo tanto no hacían sospechar la muerte del general. Además el 28 de diciembre, en la Gaceta de Madrid, le leía lo siguiente:

“Ministerio de la Gobernación: El Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha sido ligeramente herido al salir de la sesión del Congreso, en la tarde de ayer, por disparos dirigidos a su coche en la calle del Turco. Se ha extraído el proyectil sin accidente alguno, y en la marcha de la herida no hay novedad ni complicación”.

¿Cómo, pues, pudo desembocar el ataque con armas de fuego que sólo quedó en tentativa de magnicidio en el desenlace fatal? Como afirman hoy los forenses, el resultado de muerte no habría tenido lugar sin la participación de terceras personas ajenas al grupo terrorista. Al poco tiempo de llegar el coche del herido presidente al palacio de Buenavista, se presentó el Regente y rival político de Prim, general Francisco Serrano. Según parece y consta en el sumario de la investigación, Serrano impidió al juez instructor poder ver al moribundo para tomarle declaración. También en el sumario de Carrero Blanco se obstaculizó la tarea al juez instructor, e incluso desaparecieron de manera misteriosa decenas de folios del Expediente, de la misma manera que “desapareció” también misteriosamente de la investigación del “Caso Carrero” el fiscal instructor del mismo al morir en un extraño “accidente” de automóvil en 1975.

La muerte del presidente del Gobierno don Juan Prim se difundió tres días después de su atentado de la Calle del Turco, lo que sucedió el 30 de diciembre.

¿A quiénes beneficiaron los asesinatos de Prim y Carrero?

¿A quién benefició el asesinato de Prim? Como Carrero, Prim en el momento del atentado apenas tenía defensores y amigos, y sí en cambio muchos enemigos y detractores: republicanos, monárquicos borbónicos, montpensieuristas, serranistas, cantonalistas…y dos grandes potencias europeas que sabían que sin Prim España sería distinta. Una de las dos (Francia) no le había perdonado al general catalán que había contribuido indirectamente a la guerra que aquel entonces libraba frente a la emergente Prusia de Otto Von Bismark al ser causa de la guerra franco prusiana desencadenada aquél año de 1870 (y que terminaría en humillante derrota francesa), en parte por la pretensión del Gobierno español de tener un monarca prusiano tras el derrocamiento de Isabel II.

Cien años más tarde, la Administración estadounidense no le perdonaría al Gobierno español tener su propia agenda independiente en política internacional, comerciando con la URSS y la Cuba de Castro, negándose a permitir el paso por territorio español de fuerzas militares estadounidenses para apoyar a Israel y con destino a Oriente Medio, ni el proyecto de bomba atómica española, ni su rechazo al ingreso en la OTAN. El resultado sería la voladura del automóvil del presidente Carrero, asesinado por el brazo ejecutor de ETA con el apoyo de la CIA (mina anti-carro, y explosivo C4 de fabricación estadounidense). Tampoco Carrero tenía muchos amigos, lo que hacía prever que pocos lo llorarían: El sector aperturista del franquismo lo odiaba. Para los falangistas era un “tecnócrata opusero”. El sindicalismo juzgado en el “Proceso 1001” (CCOO), deseaba su desaparición. El PNV y ETA, porque lo consideraban más franquista que Franco y deseaban que un atentado diera un gran prestigio internacional a ETA, como así ocurrió, siendo la única organización terrorista que recibió en los últimos años de la Guerra Fría el apoyo simultáneo del bloque comunista y de los Estados Unidos.

Un atentado promovido por elementos situados en la cúpula del Estado

Estado en el que quedó el coche de Carrero Blanco tras el atentado contra el entonces presidente del Gobierno.

Estado en el que quedó el coche de Carrero Blanco tras el atentado contra el entonces presidente del Gobierno.

Al igual que en el asesinato de Prim, el atentado contra Carrero fue, sino promovido, al menos propiciado o favorecido por elementos situados en la cúpula política, militar y policial del Estado. El ambiente de relajación de que gozaron los terroristas en su preparación del atentado en Madrid, salvados siempre oportunamente de cualquier intervención policial por interferencias de altos oficiales de la Policía, (las llamadas “órdenes superiores” que obligaban a abortar operaciones anti-terroristas dirigidas contra ellos), así como la ausencia de reacción posterior al mismo, permitiendo la huida de España de los terroristas, junto con la connivencia de algunos miembros del cuerpo diplomático, (como el embajador español en París), y la ausencia de represalias por la comisión del atentado, han llevado a la conclusión (escandalosa para los partidarios de la tesis oficial), de algunos estudiosos del magnicidio de que algunas personas pertenecientes a todos los estamentos del anterior régimen participaron en el magnicidio: Militares, policías, miembros del cuerpo diplomático, e incluso el clero, pues algunos estudiosos del crimen apuntan a la intervención de un sacerdote del Colegio de los jesuitas presente en el momento previo del atentado, que exhibió un pañuelo azul a modo de señuelo para que los terroristas se percataran de la proximidad del vehículo oficial y actuaran en consecuencia.

Para Estados Unidos, Carrero era un obstáculo en la dominación militar y un estorbo para la “democratización” al estilo deseado por Washington. Sin Carrero, la “democracia española” podía ser diseñada desde Washington y era previsible la adhesión de España a todos los organismos internacionales que la privarían de su soberanía, consiguiendo su entrada en la OTAN (consumada en 1982) y la firma del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares al que se había negado a firmar el almirante (firmado por el Estado Español en 1987). Sin Carrero, un Juan Carlos entregado a Estados Unidos como precio del trono. En efecto, el entonces príncipe Juan Carlos le anticipó al embajador Wells Stabler lo que le iba a decir al Presidente Nixon: que él “estaba al margen de la interminable negociación de las bases y que, cuando reinara, estrecharía mucho más los vínculos con Estados Unidos, porque consideraba crucial esa relación para la política exterior española”, como efectivamente hizo.

Según Pilar Urbano, en 1968 el Club Bilderberg y el Consejo de Relaciones Internacionales, (Council of Foreign Relations o CFR) a los que se añadiría en 1975 la Comisión Trilateral, (Trilateral Comission), decidieron que don Juan Carlos debería ser designado sucesor. Así lo hizo Franco en 1969. Los “señores que mueven los hilos” (expresión de doña Pilar) acordaron también hacerle al príncipe un seguimiento durante cinco años. Al término de los cuatro primeros, en 1973, don Juan Carlos había pasado el examen con sobresaliente, y anunciaron que “está perfectamente preparado para reinar”. Durante la agonía de Franco, el embajador Wells Stabler le presentó a Juan Carlos un guión para el cambio, aprobado por Kissinger, que sería llevado a la práctica hasta la victoria de Felipe González (un “vendedor de pompas de jabón”, como lo llamaba Kissinger). “Los señores de los hilos —asegura Urbano— le marcaban los límites en el escenario, en los actores, en el ritmo de la acción y en el libreto que debía interpretar“. Estados Unidos —añade— “decidió que en España apoyaría un cambio de régimen hacia la democracia sin prisa, gradual y parsimonioso“.

Asesinado Carrero, un importante portavoz de la representación diplomática estadounidense, también vinculado personalmente con Kissinger, le decía cínicamente a un representante del Ministerio español de Asuntos Exteriores: “No quiero que suene brutal pero (…) un estorbo menos para la apertura de España y, por deplorable que sea un asesinato, lo cierto es que ETA os ha hecho un gran favor”.

El atentado contra Carrero, cuyo cuadragésimo aniversario hemos recordado en estas fechas, selló, al igual que el de Prim, el destino de España hacia el abismo. Con Prim España podría haber conseguido una alianza militar con el Imperio Alemán proclamado por Bismark en París en aquélla impresionante victoria germana de 1871, de la que fue parcialmente responsable y sin haberlo pretendido el mismo general español, y no habríamos sido presa fácil del buitre imperialista americano en Cuba, ni en Puerto Rico ni en las Filipinas, o al menos España se habría librado de la rama borbónica Alfonsina que tantas veces ha vendido la Nación para conservar el Trono.

Como Prim, Carrero era un político y militar honrado y austero, con una clara visión de cuáles son los verdaderos enemigos de España. De ahí el rechazo que causaba en la Administración estadounidense. Curiosamente, tras su atentado, la Agencia de noticias soviética TASS emitió un comunicado en el que decía: «los agentes de la CIA supervisaron los preparativos del atentado contra Carrero Blanco y tomaron todas las medidas precisas para que no fallara. Washington», -proseguía Tass-, «quería eliminar a ese político franquista de tendencia nacionalista, que le impedía enrolar a España en la OTAN y se negaba a cumplir ciegamente todas las órdenes que recibía del otro lado del Atlántico».

*Luis Zapater Espí es doctor en Derecho Constitucional y portavoz de SOLUCIONA

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