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Antonio Escobar Huerta (Ceuta, 1879-Barcelona, 1940) fue un hombre de principios. Así lo describe Daniel Arasa, biógrafo del guardia civil y general en Entre la Cruz y la República (Styria). El ensayista subraya que el militar de carrera «siempre mezcló una devoción cristiana con la más absoluta profesionalidad». Es el gran olvidado de la memoria histórica del nacionalismo catalán.

La rectitud moral del general Escobar le llevó a defender el orden constitucional el 18 de julio de 1936, cuando el levantamiento franquista le sorprendió al frente del 19º tercio de la Guardia Civil en Barcelona. «No lo dudó. Se posicionó con la libertad», agrega José Luis Escobar, su nieto.

El general pagó cara su lealtad. Hoy, miércoles 8 de febrero, se cumplen 77 años de su fusilamiento en la montaña de Montjuïc, en Barcelona. Antes de enfilar hacia el pelotón, Antonio pudo despedirse de su hijo. Lo que le espetó fue premonitorio. «No temo por lo que me pase a mí. Temo por lo que os vendrá a vosotros después».

Acertó. Nadie ha pedido perdón a la familia Escobar siete décadas después de su ejecución. No han tenido acceso a la documentación del consejo de guerra. Tampoco le rinde tributo el independentismo catalán, que cada 15 de octubre sí peregrina hasta Montjuïc para rendir homenaje al expresidente de la Generalitat Lluís Companys.

«Y eso que cayeron prácticamente al lado, se les quitó la vida en cuestión de meses y yacen en la misma montaña», recuerda Arasa.

Un Guardia Civil con la República

Quizá lo incómodo del general Escobar es su carrera castrense. «Llegó a Barcelona en primavera de 1936 tras pedírselo Manuel Azaña, jefe de Gobierno. Era coronel y segundo de José Aranguren, jefe máximo de todas las fuerzas de seguridad en Cataluña», explica su nieto.

El general Antonio Escobar Huerta

El carácter de ambos era muy distinto. «Aranguren era muy recto. Escobar cuidaba mucho a la tropa. Siempre pensó que los altos rangos debían dar ejemplo. Repartió la paga cuando pudo. Ello le valió un ascenso que nunca disfrutó», explica Arasa.

Dicho ascenso fue el de Delegado de Orden Público de Barcelona. De facto, Escobar controlaba todas las fuerzas de seguridad, regionales y nacionales. «No pudo ejercer. Durante los hechos de mayo de 1937, cuando se enfrentaron CNT y POUM, por un lado, y la Generalitat y el PSUC, por el otro, fue gravemente herido», lamenta su nieto.

Fidelidad

Como a tantos españoles, el levantamiento militar del 18 de julio marcó la vida del general Escobar. El alto rango lidió con la insurrección en Barcelona e impidió que el regimiento de caballería Santiago tomara la plaza de Juan Carlos I, antes llamada del Cinc d’Oros.

«Cuando sindicatos y Guardia de Asalto consiguieron desbaratar el plan, los sediciosos se refugiaron en el convento de Los Carmelitas de la avenida Diagonal. Escobar intentó evitar que la turba los linchara, pero no pudo. Murieron diez religiosos y diez militares», desgrana Arasa.

Aquella acción le condenó. Pese a mantenerse fiel a la legalidad vigente, un consejo de guerra en 1940 le halló cómplice de los hechos y decretó la pena de muerte.