Amigo Eduardo, hace unos pocos meses Dios decidió llevarte con Él. Fuimos compañeros de carrera y de promoción militar. Tu presencia siempre irradiaba un gran optimismo, hasta el punto de que, a imitación de Cristo, en ti se harían buenos los versos de San Juan de la Cruz: “mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura / y, yéndolos mirando, / con solo su figura, / vestidos los dejó de su hermosura”. Bien, pues nada más verte el mundo se iluminaba. Granada, Zaragoza, Madrid, Valencia… todo nos habla de ti. Cada mañana y cada noche tu recuerdo militar en el chat con los toques de diana y silencio respectivos. Siempre fuiste un hombre generoso y de convicciones honradas y sólidas. Tu mentalidad se parecía mucho a la de la Guardia Civil, a la que por cierto siempre defendiste.
Porque para ti, Pedro Calderón de la Barca era más que un escritor; era un guía: “aquí la más principal hazaña es obedecer, y el modo como ha de ser es ni pedir ni rehusar”, para terminar finalmente con aquella memorable frase: “la milicia es religión de hombres honrados”. Como tu, Eduardo.
Recuerdo aquella tarde en La Malvarrosa, en Valencia, donde contemplando esa bonita playa me comentabas eso de que todo lo grande va de verde. Te referías a la Guardia Civil, por supuesto, pero también a la milicia e incluso a la Sanidad Militar, tal vez por el uniforme de invierno, con a casaca verde o por el de quirófano, que todo vale. Tu ejercicio como anatomopatólogo se recuerda y mucho en Valencia, pero la gran ilusión y el optimismo que tenías, mucho más entre todos cuantos te conocimos. Ese gran deportista que eras y la firme convicción de hacer el bien adornaban tu vida de manera intachable.
Tu recuerdo se convierte en este poema que refleja lo que era tu vida:
En este día, Señor,
No te comento mis penas:
Solo quiero hablar de amor.
Señor, hoy solo voy a contarte
Que esta mañana te vi
En la gente por la calle,
Y al verte, te sonreí.
Ibas a veces corriendo,
Otras… llevabas bastón,
En ocasiones muy serio
Y también muy soñador.
Llevabas la cruz a cuestas,
Y un sueño en el corazón:
La esperanza de que todos
Solo fuéramos amor.
En este día, Señor,
No te comento mis penas:
Solo quiero hablar de amor.
Eras también pajarillo,
Cantándole a su vivir,
Eras el fiel vientecillo,
Que me acariciaba a mí.
Eras la paz de un perrito
Que retozaba a mi lado,
Y la alegría de un gatito,
Junto a mí ronroneando.
Eras el agua y el sol,
El pan recién horneado,
Eras toda la ilusión
De este mundo enamorado…
En este día, Señor,
No te comento mis penas:
Solo quiero hablar de amor.
Porque no tiene sentido
Pensar en lo que yo quiero,
Pedirte salud y fuerza,
Admiración y dinero…
Eso es absurdo, Señor,
No debo pedir cuestión
Que no abarque un gran amor:
El de toda tu creación.
Vamos todos en la Tierra,
Camino del Paraíso,
En paz, sin riñas ni guerras,
En un solo compromiso.
En este día, Señor,
No te comento mis penas:
Solo quiero hablar de amor.
Quiero saber que en mi cuenta,
Nada es mío, que es de la gente;
Yo no soy más que un sirviente
Del resto de este planeta.
Cada bocado que doy,
Ante este mundo tan pobre,
Tal vez quitándolo estoy
De la boca de otro hombre.
Debo pensar que mi hogar,
He de compartir prolijo,
Con quien merece cobijo
Y que nadie se lo da.
En este día, Señor,
No te comento mis penas:
Solo quiero hablar de amor.
Bien, pues esto nos lleva al final de estas pocas palabras y al comienzo de tu presencia en nuestras vidas. Y para ello volvemos a recurrir a San Juan de la Cruz, pues tu muerte fue así, como él la describe: “en una noche oscura, / en ansia de amores inflamada, / ¡oh dichosa ventura!, /salí sin ser notada, / estando ya mi casa sosegada”. Pues esa noche oscura del alma, que busca la claridad de Dios, sirvió para dártela a ti, en el Cielo, desde donde intercedes por nosotros a cada momento.
Eduardo, siempre contigo y a tus órdenes.
Francisco Hervás Maldonado, Coronel Médico (r)