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Martín Prieto

Artículo de opinión de Martín Prieto, publicado en la sección de opinión del diario La Razón.es, con fecha 24 de octubre de 2013.

De haberse constituido en 1945, al finalizar la II Guerra Mundial, el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo habría ordenado la liberación inmediata de la jerarquía nazi y su indemnización por el encarcelamiento discrecional a manos de tropas aliadas.

Pesaban las evidencias de la Soah y el exterminio programado de gitanos, homosexuales, republicanos españoles o discapacitados, pero los juicios de Nüremberg fueron ilegales. Aunque con gran inacción los jueces británicos advirtieron de que aquello era una representación de la latinidad «Vae victis» («¡Ay de los vencidos!»).

Más que ilegal, Nüremberg fue impecablemente alegal, antijurídico, porque no existía jurisprudencia sobre delitos contra la humanidad, ni siquiera el concepto de derechos humanos, lo que no fue óbice para que colgaran a la plana mayor nazi que no tuvo la inteligencia de suicidarse antes.

El Tribunal de Estrasburgo lo tomamos como si lo presidiera el Gandhi o Bertrand Russel y sus togados reencarnaciones de los padres de la patria europea como Monet o Adenauer, y sólo es otra institución integrada por desconocidos leguleyos designados en terna por los gobiernos para recompensar conductas políticamente obsecuentes, como la del magistrado español Luis López Guerra.

Cuando no se cumplen las resoluciones de la ONU, los de Estrasburgo exigen inmediatez para sus sentencias y les satisfacemos con premura. La idiocia de la «doctrina Inés del Río» confunde la lógica irretroactividad de las leyes con la libre administración de beneficios penitenciarios en cada país.

Con Estrasburgo vigente, Hermann Goering no hubiera tenido que masticar su cápsula de cianuro. Colocando el catalejo al revés contemplan los derechos humanos de los asesinos (que los tienen bien servidos excepto cuando la izquierda opta por meterlos en cal viva) y necesitan microscopios de alta definición para advertir la inhumanidad a que han sido sometidos los victimados.

Los asesinados por Inés del Río no pueden sonreír como ella ni aun saliendo de sus cajones.