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Guadalete 711.

Tomás San Clemente De Mingo

El gobernador Muza envió al berberisco Tarik con 500 hombres y 4 barcos rumbo a la costa andaluza con objeto de comprobar las defensas locales. Desembarcó en Tarifa y, tras el saqueo de la zona, regresó con buenas noticias para Muza.
Por su parte, el rey Rodrigo recibió la noticia en Pamplona (estaba en lucha con los vascones) del desembarco de una formidable expedición musulmana en la costa de Algeciras. El conde don Julián los había ayudado a pasar el estrecho en diversas embarcaciones y tras alcanzar Algeciras el 28 de Abril del año 711, los árabes se fortificaron en el monte de Tarik. Un total de 12000 hombres componían las tropas musulmanas.

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Cuando Teodomiro, a la sazón jefe visigodo en el sur, acudió con unos mil hombres a enfrentarse con los invasores el resultado estaba decidido antes del choque dada la inferioridad numérica; Teodomiro y sus hombres tuvieron que retirarse a la vez que enviaba emisarios a Rodrigo. El monarca, tras el infructuosos intento de su sobrino Iñigo (al que le costó la vida) de hacer frente a los musulmanes, convocó en Córdoba a todo su ejército. Al llamamiento, entre otros, acudieron los hermanos y los hijos de Witiza. Dio a los hermanos de su difunto rival el mando de las alas del ejército y se dirigió a presentar batalla. Ésta tuvo lugar en los últimos días del mes de julio, cerca de la laguna de la Janda en las inmediaciones del río Guadalete (entre Jerez y Sidonia).

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En la batalla, parece ser que los parientes de Witiza decidieron cambiar de bando en medio de la lucha. Posiblemente la traición había sido pactada la noche anterior en una reunión en el campamento árabe a cambio de mantener sus propiedades y sus derechos al trono. Con las alas desguarnecidas el ejército visigodo tenía todas las de perder, como así ocurrió.

Los árabes no contaban con más de 15000 hombres, mientras que los godos contaban con el doble. Los invasores disponían de 1000 jinetes y el resto lo componían hombres de a pie. Armados con espadas puñales y lanzas, su fuerza radicaba en el uso de un pequeño arco que portaban todas las unidades. Su táctica se fundamentaba en la movilidad; tras desplegarse en forma de media luna envolvían al enemigo cerrándole todas las vías de escape.

Los godos triplicaban el número de jinetes; armados con una lanza cogida con las dos manos (contus) y protegidos con una cota de malla y casco, eran potencial del ejército visigodo. Un ejército cuya táctica consistía en cargar con el impetú de su caballería contra el enemigo, mientras, la infantería permanecía a la espera de como se solventaban los acontecimientos, para luego intentar envolver a sus contendientes. El armamento de los godos consistía en lanzas, espadas, arcos, puñales, hondas y flechas. También habían copiado de los francos su hacha de doble filo y de los romanos toda su poliorcética (torres de asalto y demás maquinaria de asedio).

El armamento defensivo lo constituían grandes escudos y casi todos los guerreros llevaban yelmos metálicos. El 31 de Julio del 711, se lanzaron los visigodos con la convicción de arrollar al enemigo. Pero, la sorpresa fue mayúscula para Rodrigo, quién al ver que las alas de su ejército, donde estaba el grueso de la caballería y por tanto lo mejor de sus tropas, comandados por los parientes de Witiza, no respondieron y se apartaron del campo de batalla. Una posición muy cómoda para los parientes de Witiza pues apartándose y no interviniendo en la batalla apostaban a caballo ganador: si ganaba Rodrigo, éste quedaría muy debilitado y podrían «rematar la faena». Pero no fue así; Rodrigo y sus hombres quedaron en inferioridad numérica y desmoralizados ante la deserción de sus mejores unidades. Los árabes aprovecharon la coyuntura con su caballería ágil y veloz, y con la capacidad mortífera de sus arqueros. El grueso de las tropas de Rodrigo quedó cercado y acosado por el enemigo; una lluvia de flechas descabalgó a los pocos caballeros afines al monarca, mientras los soldados de a pie árabes cargaban. El resultado fue claramente a favor de los musulmanes y parece ser que Rodrigo encontró la muerte en el cauce del río Guadalete junto a sus hombres.

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A partir de entonces la conquista peninsular fue un «paseo militar» para los árabes, quienes se encontraron con un reino en plena descomposición política y social.