17 enero1925guardiascivile

Si en España no hubiese existido la Guardia Civil, el protagonismo en la conflictividad sociopolítica hubiera estado a cargo de otro Cuerpo similar con distintos signos externos y denominación. Y si a este otro Cuerpo se le hubiese situado en el marco del mismo acontecer y se le hubiese sometido a igual contexto legal –forzosamente tenía que ser el mismo de haber existido los iguales legisladores–, ese otro Cuerpo sería ahora idéntico en su pasado y en sus resultados a la Guardia Civil. La Gendarmería francesa y los Carabineros italianos carecen de la riqueza histórica de la Guardia Civil porque, aunque regidos por reglamentos similares, no han actuado en un país de tan rica historia.

Sobre la Guardia Civil ha gravitado continuamente el contexto político-jurídico su condición de fuerza militar, lo que, de otra parte, ha venido a constituir fundamento de su supervivencia. Los dirigentes políticos tan amantes de reformas –lógica y lógicamente– cuando acceden al poder, la hubieran transformado una docena de veces y a bastantes de ellos le hubiera gustado suprimirla. Se meditó sobre ello tras la revolución de 1.854, durante la I República, al principio de la II y hasta el mismo General Franco la tuvo “in mente” algún tiempo. Pero se terminaba pensando que, a continuación, habría que crear otro Cuerpo similar, con iguales misiones y casi con los mismos hombres, cambiando, si acaso la denominación, el uniforme y algunas –pocas—frases del Reglamento. Realmente no merecía la pena. Siempre sería mejor un Cuerpo experimentado y perfectamente organizado que otro inexperto y sin tradición.

Tal vez habría que detenerse a meditar, dado que en importantes pendulazos políticos ha brotado ese deseo suprimidor, si la razón de tan curioso afán no estará en que ningún grupo gobernante ha contado nunca con la adhesión  y sumisión incondicional de la Guardia Civil, y si quizá más que ánimo revanchista no ha subyacido un lógico propósito de contar con un Cuerpo más dúctil, más maleable, más susceptible de captación ideológica y encuadramiento en un esquema político determinado.

El asombroso acierto de Ahumada en nuestra fundación estuvo ahí; en la despolitización. Adivinaba el Duque que, adscrito el Cuerpo al poder político en exclusividad, seríamos poco menos que marionetas pendientes de los hilos gubernamentales, principalmente de los Gobernadores Civiles –entonces llamados Jefes políticos–, y perduraríamos lo que el mandato del partido que nos creó, el liberal moderado de Narváez y Gonzáles Bravo. Esta es la razón primordial de que se nos quisiera y programara envuelto en una recia estructura militar que nos hiciera útiles como perdurables servidores de la nación bajo cualquier ideología temporal.

Tan laudables propósitos forzosamente habían de topar una y otra vez con la realidad trágica de una España tan quebrada. De manera inevitable, aquel Cuerpo que se deseaba totalmente despolitizado habría de enfrentarse con los enemigos del sistema gobernante en cada momento y así vino a ocurrir. Pero nunca, gracias a las directrices marcadas por Ahumada y salvo contadísimos casos individuales, ineludibles en una nación de tanto individualismo, la Guardia Civil intervino en pugna ideológicas o políticas, hasta que éstas trascendía lo teórico o filosófico y penetraban en lo violento o subversivo, momento en que la partitura legal o el director de orquesta indicaba la entrada de cornetines y trombones.

Los Cuerpos de Seguridad, compartan o no sus miembros la ideología gubernamental, han de estar vinculados al régimen político imperante –sería curioso un F.B.I. comunista o una K.G.B. con teorías capitalistas—y están obligados a defender el modelo de sociedad en el que están instalados, sin que les sea permitido adentrarse en análisis o juicios, a nivel corporativo, sobre si el régimen o la sociedad son justos, pues esto constituiría un peligroso juego que fundamentalmente le ha sido vedado, a parte de que carecen de cauces y autonomía funcional para practicarlo. Y quizás sea la Guardia Civil el organismo estatal con menor capacidad autonómica. No puede, ni siquiera, diseñar su uniforme. En el ámbito judicial depende de jueces y Tribunales, y sus atribuciones se reducen a detener culpables y sospechosos e instruir primeras diligencias, sin que le sea permitido imponer sanciones y ni siquiera opinar o emitir juicios. En lo militar está firmemente subordinado al Ministro del ramo, quien dispone sobre su armamento, uniformidad, instrucción y organización. En cuanto a funciones de orden público o policiales preventivas, únicamente obedece al poder civil a través de los gobernadores, quienes siempre han determinado qué manifestaciones había que disolver, qué reuniones políticas había que impedir y a que delincuentes políticos había que encarcelar.

Aquí, en esta actividad de defensa de las leyes sociales y políticas, impuestas por el poder de turno, es donde la Guardia Civil se ha arrancado jirones de prestigio, en campañas que parece que nunca van a tener fin, porque siguen.

El periodo de transición, algunos prefirieron dedicarse a recoger las piedras dejadas en el camino de la historia para arrojarlas al contrario y se ha querido hacer ver que la actuación de los servidores del Orden Público, en el pasado reciente, fue tan dura que alcanzó categoría de decisoria.

Si esto fuera así constituiría timbre de eficacia para las Fuerzas de Seguridad del Estado, que, en todo caso, no habrían hecho más que rendir tributo a su profesionalidad. Pero sin rechazar por completo el “elogio”, conviene recordar, para dejar las cosas en su lugar exacto, que la acción policíaca en general no tuvo necesidad de emplearse con la contundencia que se ha pretendido. Los datos de exiguas plantillas, falta de medios y reducido censo de población penal, pasados los primero años, son demasiado elocuentes y rigurosos para despejar toda duda.

Tras un meditado análisis se ha de convenir que el llamado Alzamiento Nacional, nacido el 18 de julio de 1936 – en el que la Guardia Civil se quebró en dos mitades, como el resto de España–, se prolongó durante cuarenta años, en nuestra opinión por las siguientes causas principales:

Porque echó raíces una larga guerra civil que dejó a los  españoles exhaustos, ahítos y escarmentados de aventuras políticas para mucho tiempo

Porque a partir de los años sesenta, cuando podían ya haberse repuesto fuerzas para volver a la carga, se inició un crecimiento indudable en lo industrial y en lo económico.

Porque no existió de forma insistente una oposición seria y organizada por parte de los enemigos del nuevo régimen, los cuales apenas podían emplear argumentos válidos, dadas las situaciones a) y b).

Este último apartado conviene dividirlo en dos épocas, con frontera en 1952, fecha del cierre del problema del maquis –nombre aplicado “a posteriores” por la literatura política–, ya que hasta esta fecha si puede decirse que existió oposición organizada y violenta, contra la que produjo una réplica contundente por parte de las fuerzas policiales, a cuyo favor obraba la situación a). El pueblo se había transformado en abstemio político. Cuando en octubre de 1.944 irrumpieron por la frontera francesa 5.000 hombres armados –era la llamada invasión del Valle de Arán–, esperando encontrar brazos abiertos, solo hallaron indiferencia, cuando no hostilidad. Vieron que se les había engañado. Toparon con tal resistencia por parte de las Fuerzas Armadas y con tanta falta de ayuda ciudadana, que hubieron de tocar retirada rápidamente.

Sin embargo, algunos grupos quedaron en el interior y lograron adentrarse en la sierra y unirse a reducido número de partidas de bandoleros —léxico oficial—o guerrilleros que venían actuando desde final de la guerra, más que con ánimo auténticamente oposicionista, con el huir del encarcelamiento y enjuiciamiento por sus responsabilidades. De ahí que en principio se les llamara “huidos”.

No podemos, en la limitación de espacio impuesta, extendernos en aquella guerra sorda   —apenas llegaba al público estando la prensa sin Constitución en la que ampararse— que supuso el más serio problema con el que hubo de enfrentarse el gobierno concluida la guerra europea. Hasta la invasión del Valle de Arán, al bandolerismo –nombre adoptado al organizarse los “huidos” por si solos en bandas dedicadas al robo y al secuestro, pues no podían subsistir de otra forma—no se le había concedido gran importancia. Se consideraba una secuela propia de toda guerra fratricida, que iría exterminando la Guardia Civil como en otras épocas. Ahora a partir de 1945, tras la entrada del “maqui”, el Cuerpo hubo de exclusivizarse en la lucha contra un problema fuertemente politizado, con valiosa ayuda en armas y propaganda del extranjero. En Francia residían las cumbres rectoras, exiliados españoles cobijados en la tolerancia y protección de gobiernos contrarios a Franco.

La Guardia Civil dirigida por el General Alonso Vega, el de más prolongada permanencia en el cargo, el inventor de los servicios de ocho días —grupos de tres o cuatro guardias con macuto cargado de alimentos para vivir sobre el monte una semana y un día—, vivió la época más sacrificada, de mayor dureza, de más rígido servicio que haya sufrido ningún Cuerpo de Orden Público del mundo. Y allí sobre el escarpado suelo de las sierras inhóspitas, dejó 257 muertos y 370 heridos. Los muertos fueron enterrados calladamente, en el más absoluto silencio, como diría César González Ruano: “No hubo ningún estilo en la paz ni en la guerra, más sobrio para la exacta cortesía y el escueto heroísmo. CUADRADOS Y A LA ORDEN DE ESPAÑA, NI MEMORIA NI CULTURA recuerdan compañía más vibrante dispuesta a un hermoso morir, sin reclamar menos hermosura para el mismo recuerdo de su muerte. Diezmados de modo criminal, sin proferir una sola palabra ante las reiteradas propagandas que animan al atentado continuo contra ellos, cuando este ramalazo de locura y vileza cruce a su fin, habrán enterrado sus muertos sin hacer ruido y en silencio andarán nuevamente por esos caminos de Dios, esquivando con suprema y natural elegancia, que es forma de su honor y gracia de su estilo, el más humilde homenaje y aislado testimonio de reconocimiento (Cesar González Ruano “La Guardia Civil Española” Diario “El Día”, de Palencia, febrero de 1934).

Cuando en 1952 la Guardia Civil se alzó con la victoria, nadie le dio las gracias, nadie le dedicó un sencillo homenaje por aquel servicio, por aquel tremendo esfuerzo. Nadie supo valorar lo que había significado para la Guardia Civil aquellos años de lucha solitaria y soterrada, sin vacaciones, sin permisos, sin el más insignificante descanso semanal, con manta, macuto y fusil a campo abierto durante servicios de ciento noventa y dos horas consecutivas, con la congoja del peligro de la muerte, de frente o por la espalda, al pasar el segundo roble o entrar en el primer caserío.

Los huidos, bandoleros, guerrilleros o “maquis” caídos en la lucha fueron 2.173 y el número de detenidos ascendió a 2.374. No eran todos los que actuaron en el drama. Bastantes lograron ocultarse o huir al extranjero cuando cayeron en la cuenta, ya en los años 1950-51, de que su guerra carecía de posibilidades. De otra parte, las condiciones en que se desenvolvían –aislados y acosados continuamente, sin apoyo popular y sin éxitos, siquiera parciales, que elevaran su moral— exigían un continuo relevo de hombres que no podía producirse en cantidad suficiente por el general absentismo político del pueblo y también, lógicamente, por el control que se ejercía sobre los no muy numerosos simpatizantes de su causa.

Fracasada la lucha armada en el campo, los intentos antifranquistas se volcarían, ya pasada la frontera de 1952, hacia Universidades y fábricas en labor muy lenta, tanto que no adquiría cierta relevancia hasta los años finales de la década de los sesenta. Paralelamente se iría esbozando una oposición más sinuosa en esferas intelectuales, que culminaría con lo que se denominó “el contubernio de Munich”; pero ni Universidades, ni centros fabriles, ni el reducido mundo intelectual opositor era campo de actuación específica de la Guardia Civil. La lucha en este terreno comprendió al Cuerpo General de Policía, concretamente a su Brigada Político Social, cuya efectividad fue notable y estuvo en proporción a las actividades oposicionistas, que, como decíamos, siempre careció de unidad de esfuerzos y penetración en amplias capas sociales.

El panorama cambió de color cuando irrumpió en escena el terrorismo de ETA, pero esto es todavía actualidad palpitante y dolorosa que no puede contemplarse con mínima perspectiva histórica.

Digamos únicamente, para concluir, que contra el terrorismo de ETA la Guardia Civil ha sido el organismo que ha aportado el mayor caudal de sangre. Y si sumamos este derrame sanguíneo al de su ya larga historia, veremos fácilmente que la Guardia Civil ha sido el Cuerpo de Seguridad del Mundo que más victimas ha sufrido a causas de violentas confrontaciones políticas.

Lo doloroso, en el seguimiento de la continuidad histórica, está en que la Guardia Civil no fue creada para eso. Desde el principio se asumió el riesgo de morir agujereado por una puñalada, un trabucazo o un pistoletazo de cualquier criminal exacerbado. Los muertos en el campo histórico nos vinieron dados como añadidura inevitable en un país de fuego, donde los incendios ideológicos se han querido siempre sofocar con la sangre y el plomo de las Fuerzas de Seguridad.

Numerosos testimonios en el campo histórico o literario e incluso en el diario de sesiones del Congreso podrían encontrarse en apoyo de nuestro aserto, pero ninguno de la valentía y nobleza de Miguel Maura, primer Ministro de la Gobernación en la II República, quien, en ocasiones en que hubo que sofocar uno de aquellos fuegos y se produjeron seis muertos en el País Vasco, escribiría en su obra “Así cayó Alfonso XIII”; “Confieso que para mí fue dolorosísimo el balance de la operación que yo mismo había ordenado y mandado. Pasé varios días amargado con el recuerdo, pero seguro de haber evitado un día de luto a San Sebastián y quizá a otras ciudades y pueblos de la región.

Maura derrocharía también sinceridad al referirse en la misma obra a los deseos de supresión de la Guardia Civil durante la II República. Sus frases son definitivas y esclarecedoras que queremos utilizarlas –de paso le rendimos un poco del mucho agradecimiento que le debe el Cuerpo—como recio broche para cerrar nuestro estudio. Escribió Miguel Maura:

«Mis compañeros, incluso el Presidente, me pedían que disolviera las Guardia Civil, o al menos, que lo modificase de tal forma que diésemos la sensación de que lo habíamos disuelto. Tras largas horas de estudio y reflexión, me negué categóricamente no solo a disolverlo, sino a alterar una sola coma de las famosas ordenanzas. Son ellas, en verdad, un modelo de previsión, de organización y de espíritu de disciplina. Me negué incluso, a la sustitución del tradicional tricornio charolado por otra prenda diferente, como ya en última instancia me pedían mis compañeros. La realidad vino a darme pronto la razón, porque en los meses que siguieron, de haber sido disuelta la Guardia Civil o su autoridad y disciplina interna mermada, nadie habría podido responder del orden y de la paz pública.«

CUADERNO Nº 28 – ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA GUARDIA CIVIL