Muchas veces pensamos en la lealtad que nos falta o la lealtad que nos deben, pero es no es una postura real de añoranza de lealtad, sino una clara posición de soberbia, de alabanza del ego, de autoestima exagerada y puede que patológica, porque la lealtad entre el jefe y el subordinado es siempre bidireccional, de abajo a arriba y viceversa. Pero también hay otra lealtad –no menos importante– entre los iguales, que compiten por una promoción que solo afecta a uno de ellos o a muy pocos de ellos.
El primer signo de lealtad es la humildad y eso se aprecia muchas veces en la mirada, como bien dijera Raimundo Lulio o Raimon Llull, que de las dos maneras se le conoce y en su tiempo no había independentismos que valieran, sino dos grandes reinos: Castilla y Aragón, unidos por la recuperación del suelo patrio, que los árabes habían conquistado por la fuerza de las armas. Raimundo Lulio decía: “el que es leal, eleva su mirada con humildad, y el que es desleal, con soberbia”. Cierto; hay gente ufana de sí misma que cuando te mira parece que te perdona la vida. Por tanto, sin humildad no es posible ser leal.
Pero hay una segunda lealtad muy importante, la que se debe a la convivencia y a su regulación; es decir, a la justicia y a la educación. Es James Bryce quien nos lo aclara: “nuestro país no es la única cosa a la que debemos nuestra lealtad; también se le debe a la justicia y a la humanidad”. Es una vergüenza que cada cual que gobierne cambie las leyes a su gusto y no en función del bien común y la libre convivencia. Estos cambios injustificados suelen ser el origen de los grandes conflictos, pues los que no están de acuerdo (habitualmente la mayoría) suelen reaccionar con bastante intensidad, ya que estos cambios de leyes injustificados suelen tocarles, y no poco, el bolsillo. En una dictadura se ordena, en una democracia se consulta y se comparte. Por eso no siempre está claro si una democracia es dictadura o lo contrario, ya que muchas veces los valores de convivencia y justicia escasean en ambas formas de gobierno.
¿Y por qué sucede eso? Pues nuestro Premio Nobel de Literatura, Vicente Aleixandre, lo tenía bastante claro: “ser leal a si mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás”. Con lo que bastantes siglos después se produce la coincidencia: hay que ser humildes para poder ser leales. Y yo, discúlpenme ustedes, conozco muy pocos políticos humildes. He aquí el quid de la cuestión, el origen de muchos de nuestros males.
Y esto no es nuevo. Ya Lucio Anneo Seneca, ese cordobés tan influyente en la filosofía romana, opinaba que “la lealtad constituye el más sagrado bien del corazón humano”. Séneca fue tan leal al tirano Nerón, su emperador, que prefirió abrirse las venas y morir antes que traicionarle. Podría haber huido, podría haberse aliado con algún enemigo del emperador e incluso podría haberse escondido en algún paraje ignoto y conspirar contra el tirano. Pero no, prefirió morir antes que ser desleal.
Por todo ello, Mark Twain resumía la lealtad en una frase muy afortunada: “lealtad al país siempre, lealtad al gobierno cuando se lo merece”. Este no se hubiera suicidado, como Séneca. Pero es una gran verdad. A uno se le quitan las ganas de votar cuando ve lo que hay con posibilidades de gobierno, los pactos que hacen, las falsedades que justifican y el terrible egoísmo que los posee. ¿Séneca o Mark Twain? Pues no lo sé. Depende de muchas cosas.
Todo esto lo sintetiza Horacio en una frase que yo considero mucho más que afortunada: “la fidelidad es la hermana de la justicia”. Por tanto, si la justicia es desleal no es justicia y si la lealtad es injusta, no es lealtad. Insisto en que la lealtad debe ejercerse en varias direcciones. El inferior debe de ser leal con el superior, pero es que el superior no lo debe de ser menos con el inferior. Si el inferior desobedece las órdenes justas del superior, es que el inferior no merece el pan que come. Se trata de una mala persona. Pero si el superior abusa del inferior en su propio beneficio, entonces es él quien comete la mayor maldad posible: hacer daño a quien no puede defenderse apenas. Esa terrible deslealtad descalifica al superior y le desautoriza por completo en su función, por lo que lo más conveniente es despojarle del mando por vía judicial. Lo mismo sucede entre los iguales: las mentiras, las zancadillas, las traiciones para impedir que cualquier compañero progrese, estando más capacitado que uno mismo, es una actitud escandalosa y que merece ser investigada ante cualquier reclamación al respecto.
Me hace mucha gracia eso que se alega tan frecuentemente de la “pérdida de confianza”. ¿Es que los demás han de confiar siempre en quien manda, haga lo que haga? Ese argumento es tan baladí que resulta peligroso, pues tiene detrás una segunda parte obvia: la pérdida de confianza que tengo es porque soy injusto. Si no, no lo dudemos, la confianza siempre se mantiene, salvo que uno esté loco, cosa que también sucede y muchas más veces de las que nos creemos. Por tanto, ese argumento tiene toda la pinta de ser una falacia que justifique lo injustificable.
No seamos ilusos y siempre pensemos en la verdadera razón de la lealtad: la convivencia justa y en paz. Cuando eso se busca y no abusar de los demás en beneficio propio, estamos en línea con la verdad y la mejora de nuestra sociedad y calidad de vida. Cuando no somos leales, el futuro es el hundimiento de la sociedad, la pobreza, el desamparo y los conflictos de todo tipo.
“Nada es más noble, nada es más venerable, que la lealtad”, decía Marco Tulio Cicerón hace más de dos mil años. Parece que no hemos mejorado mucho, por lo que estamos viendo.
Y para terminar, yo me haría una pregunta: ¿en qué se basa la lealtad? Muchos darían diversas respuestas. Hay quien diría que en un salario digno, pues si y no. Otros dirían que en un trabajo de calidad y con una buena formación, pues tal vez influya, pero no es lo fundamental. Finalmente, algunos opinarían que en la buena educación y la justicia. Si, muy bien, pero hay algo mucho más importante detrás de ello: el amor. Si nos fijamos en una familia con amor entre sus miembros, vemos que allí no hay fallos de lealtad. Tampoco los suele haber en determinadas sociedades e instituciones de todo tipo, por el mismo motivo. Si hay amor… hay justicia, convivencia, confianza, valor y –sin lugar a duda– lealtad y más lealtad en todas las direcciones.
Conclusión: a ver si aprendemos de una vez a preocuparnos cada vez más de la felicidad del prójimo y menos de las ideologías. La idea no es mía. Ya la propuso el Duque de Ahumada hace muchos años y el resultado fue la querida Guardia Civil, siempre leal y Benemérita. No hay duda.
Francisco Hervás Maldonado
Coronel Médico (r)
Presidente del Círculo Ahumada