A las 14:50 del pasado miércoles murió en las instalaciones de la comandancia de Almería Emiliano Quintana, guardia civil de 50 años miembro del TEDAX. Se produjo una explosión mientras manipulaba una furgoneta. El subdelegado del Gobierno en la provincia confirmó que se trataba de un accidente.
Poco antes, en la mañana de ese mismo día, dos guardias rescataban a un bebé de entre 10 y 15 días de un contenedor en Mejorada del Campo. El Instituto Armado lo celebraba en su cuenta de Twitter: «Feliz miércoles para Carlos y Andrés, dos Guardias Civiles que han rescatado a este bebé de un contenedor en Madrid».
El jueves Puebla pintó al guardia de Almería ascendiendo a los cielos en compañía de dos ángeles con el rostro vuelto a la tierra mientras decía: “¡Mirad, esos que están salvando a un bebé… Esos son mis compañeros!”
El Duque de Ahumada recogió en el artículo 6º de sus ordenanzas una obligación que ha inspirado la historia centenaria del Cuerpo: “El Guardia Civil no debe ser temido sino de los malhechores; ni temible, sino a los enemigos del orden. Procurará ser un pronóstico feliz para el afligido, y que a su presentación el que se creía cercado de asesinos, se vea libre de ellos; el que tenía su casa presa de las llamas, considere el incendio apagado; el que veía a su hijo arrastrado por la corriente de las aguas, lo crea salvado; y por último siempre debe velar por la propiedad y seguridad de todos”.
Que se lo pregunten a las personas a quienes los TEDAX salvaron a riesgo de sus propias vidas. Que lo cuente ese bebé abandonado al que dos guardias rescataron de una muerte cierta. Que lo digan las personas amenazadas por ETA durante décadas. Que lo atestigüen los que saben de la lucha antiterrorista y conocen los peligros que se conjuran gracias a mujeres y hombres que decidieron dedicar su vida al servicio de España.
No, la historia del Cuerpo no es perfecta –no existen historias perfectas en el mundo de los humanos- pero tiene páginas inolvidables y gloriosas y sus muchas luces pesan más que sus sombras. Ahí queda para el recuerdo la heroica defensa de Nador y su fábrica de harina, donde los guardias resistieron durante diez días a las cabilas de rifeños alzados contra España. A diferencia de la matanza de monte Arruit, los cabileños respetaron las vidas de aquellos que se rindieron tras una denodada resistencia habiendo salvado el honor y el nombre de España y de su Cuerpo. Cuando les hablen de los militares españoles, recuerden a estos guardias civiles. Recuerden a los hombres del puesto de Igueriben y al comandante Benítez, malagueño de El Burgo, enviando su último mensaje: «Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, los de Igueriben mueren, no se rinden. Me quedan doce balas de cañón, contadlas, y al sonar la última disparad sobre nosotros porque estaremos mezclados en lucha con los moros». Recuerden la gesta del regimiento Alcántara protegiendo a sus compañeros a orillas del río Igan y lanzándose contra el enemigo una y otra vez hasta que la última carga fue al paso: la única de la que se tiene noticia en la historia de la caballería.
Así son los guardias civiles, así son los militares, así son los hombres y mujeres que deciden servir a España hasta morir.
El 13 de octubre de 1983 ETA asesinó en Rentería a Ángel Flores Jiménez, guardia civil. Aquel verano el País Vasco había sufrido unas inundaciones terribles. Cuatro guardias habían muerto salvando a las víctimas del desastre natural. Al día siguiente del asesinato, ABC llevó en la portada una viñeta de Mingote–cómo se le echa de menos- que mostraba a un guardia cargando a hombros a un hombre con txapela y un titular que decía “Han matado a este guardia civil”.
Así es esta gente que aprende a tocar con las manos los explosivos que usan los terroristas y a rescatar a los demás cuando todo parece perdido y la naturaleza o la maldad del hombre demuestran la tragedia que puede cernirse sobre cualquiera.
El mismo día del accidente de Almería en las redes sociales circularon mensajes de burla y humillación al guardia muerto. Probablemente eran de alguien que jamás se hubiese atrevido a mirarle a los ojos si se lo hubiera encontrado vivo cara a cara o manipulando una bomba. Es fácil ser valiente con un muerto y amparado en la turba digital de apodos y cuentas falsas. No repetiré aquí el contenido de esos mensajes. Baste señalar que eran miserables.
Mujeres y hombres como este TEDAX, como esos guardias de Mejorada o aquellos que salvaron el honor de España defendiendo Nador cuando todo a su alrededor se hundía, merecen que se cuente su historia mucho más que quienes insultan escondidos tras un pseudónimo.
Esta columna, que es la última de esta temporada, eleva una oración por el alma de Emiliano Quintana y por todos los guardias civiles que trabajan para que todos –incluidos quienes los insultan- vivamos en una sociedad mejor.