marcha de la dignidad madrid 22m

Manuel Marlasca es reportero de él mismo dice que «Me crecieron primero los dientes y luego las canas entre redacciones, brigadas, comisarías y comandancias«, es Jefe de Investigación de La Sexta y colaborador de Antena 3 y Onda Cero.

El inspector Pedro, que mandaba al grupo VII de la Primera UIP durante la noche de las ‘marchas de la dignidad’, está a punto de incorporarse a su nuevo destino, tras un año de calvario en el que la Policía le ha convertido en el único culpable de haber estado a punto de perder la vida aquel 22-M. No fue condecorado como sus compañeros heridos y ahora le apartan de la que ha sido su familia durante los últimos cuatro años, los antidisturbios de Madrid.

En la antesala del despacho de la delegada del Gobierno en Madrid, sobre una bandeja, encima de una mesa baja, alrededor de la que hay unos sofás donde Cristina Cifuentes recibe a sus visitas, hay una veintena de piedras y cascotes de un tamaño notable. Cuando el visitante pregunta por tan peculiar elemento decorativo, la delegada despeja dudas: es parte de lo que un millar de violentos arrojó a la policía el 22-M, la noche de las marchas de la dignidad, las horas más difíciles vividas nunca por las Unidades de Intervención Policial (UIP) de la Policía. Esas piedras hirieron a 67 policías y alguna de ellas abrió la cabeza de Pedro, el inspector que mandaba el grupo VII de la Primera UIP, Puma 70. Las once grapas con las que le cosieron el cráneo dieron la vuelta al mundo –redes sociales mediante– y fueron la viva imagen de una policía que esa noche fue derrotada por los alborotadores profesionales.

Ha pasado casi un año y Pedro o Puma 70 está a punto de incorporarse a su nuevo destino, en la comisaría de Cartagena (Murcia), su ciudad, de la que salió en comisión de servicio en enero de 2010 para convertirse en el responsable de medio centenar de agentes, los que forman el grupo VII de la Primera UIP, con sede en Madrid. Durante este año, el inspector ha mantenido un reverencial silencio, pese a que muchos de sus compañeros le han animado a lo contrario y pese a que la Dirección Adjunta Operativa de la Policía decidió que no podía regresar a la calle, pese a que no abrió expediente alguno contra él. Su regreso a la comisaría de Cartagena es el último paso de un proceso sumarísimo que empezó cuando Puma 70 decidió acudir en auxilio de los policías municipales que estaban siendo masacrados por los violentos la noche de la manifestación.

Todo comenzó cuando ‘Puma 70’ decidió acudir en auxilio de los policías municipales que estaban siendo masacrados por los violentos la noche del 22-M

He tratado de reconstruir durante estos meses lo sucedido esa noche. El testimonio confidencial de algunos mandos y de varios agentes de la UIP, junto a sus declaraciones en el juzgado que instruye la causa abierta por lo ocurrido el 22-M, dan una buena idea de lo ocurrido. La reunión previa a la manifestación se desarrolló con absoluta normalidad, aunque con cierta insistencia en que habría observadores internacionales siguiendo los acontecimientos. «Nosotros tenemos siempre el mismo cuidado, así que no nos preocupó el aviso de los jefes», recuerda uno de los presentes al briefing previo al a manifestación.

Las primeras horas de las marchas de la dignidad transcurrieron según el guión previsto. Los agentes de Información habían alertado de la presencia de algunos grupos de violentos, los habituales en cualquier concentración en Madrid. “Nos insultaban, como siempre, pero no había nada que nos hiciese temer algo especial”, dice uno de los agentes de la UIP que participó en el operativo. Con el final de la manifestación, Colón y el paseo de Recoletos se convirtieron en el escenario de una batalla. Las comunicaciones por radio de aquella noche son la mejor fotografía de lo sucedido. «Al grupo de Puma 70 los jefes le dieron la orden de avanzar hacia el centro del paseo, donde se concentraba el mayor número de violentos», narra uno de los agentes. Una vez allí, el grupo se dirigió hacia una furgoneta de la Policía Municipal, que estaba siendo asediada. «Los habrían matado o un policía habría matado a alguien, vimos como alguno echaba mano a la pistola», rememora uno de los policías testigo de la actuación.

«Los habrían matado o un policía habría matado a alguien, vimos como alguno echaba mano a la pistola», rememora uno de los policías testigo

Fue en ese momento cuando los cerca de 40 agentes que componía el grupo VII fueron masacrados por casi mil alborotadores. Centenares de piedras y objetos cayeron sobre ellos, algunos violentos arremetieron hasta con señales de tráfico y pinchos caseros contra ellos. La batalla fue desigual, entre otras razones porque esa noche, los policías llevaban menos material antidisturbios que el habitual: «Llevábamos la mitad o un tercio menos de lo habitual, menos bocachas con las que disparar salvas, bolas o botes. Los jefes dieron esa orden», confiesa uno de los que recibió esa consigna. El grupo de Puma 70 se reagrupó, intentado taparse con los escudos, empequeñecido por los ataques, los casi 40 policías parecían apenas una docena. Fueron los momentos más dramáticos y los previos a las agresiones más graves. «Solo reaccionaron el jefe de grupo y el subinspector. Ellos se pusieron al frente para intentar avanzar, porque nadie les socorría», recuerda un policía. Es en ese momento cuando al inspector le arrancaron el casco, le abrieron la cabeza y estuvieron a punto de matarle. «Su grupo le protegió, la salvaron la vida –asegura un agente–. Y mientras eso pasaba, mientras machacaban al grupo VII, había otros cinco grupos, más de 200 hombres, en base, sin poder intervenir en auxilio de los compañeros, pese a que escuchábamos por la radio que les estaban matando».

Violentos atacan a gentes de la Policía Municipal durante los disturbios de la noche del 22-M / GettyViolentos atacan a gentes de la Policía Municipal durante los disturbios de la noche del 22-M / Getty

La noche del 22-M había casi 2.000 policías movilizados. Pese a ello, la sensación fue que los violentos doblegaron a los agentes. Aún no se ha dado, desde la Dirección de la Policía, una explicación a lo sucedido, más allá del cese del inspector jefe Javier Virseda, el jefe de la Primera UIP, relevado tras la comparecencia en el Senado de Ignacio Cosidó. «Los mandos no estuvieron a la altura, no supieron reaccionar ni coordinar a todos los policías que tenían», aseguran muchos de los consultados. Con la cabeza grapada, el inspector Pedro recibió la noticia de que se abriría una información reservada para aclarar lo ocurrido, una información en la que ni siquiera pudieron comparecer o declarar los agentes que trabajaron la noche de los incidentes. Los instructores de la información se conformaron con una minuta –un escrito– de cada policía y el propio director general de la policía, en su comparecencia, limitó las responsabilidades con el cese del inspector jefe Virseda, un mes después de los hechos. A esas alturas, el inspector Pedro ya había optado por recibir el alta voluntaria y había oído versiones dispares sobre su comportamiento: desde que llevaba mal puesto el casco hasta que su actitud la noche del 22-M fue temeraria porque había roto una relación sentimental días antes. El jefe de las UIP, el comisario José Miguel Ruiz Iguzquiza, ya le preguntó en las horas posteriores a los ataques si llevaba el casco bien colocado.

«Todos los grupos de la UIP formamos verdaderas familias, pero el VII de manera especial, llevan juntos muchos años», dice un componente de la Primera UIP. «Por eso resulta aún más sorprendente que desde la dirección pretendiesen responsabilizar al jefe o al subinspector de lo ocurrido o incluso enfrentarlos». El inspector Pedro no regresó a la calle, al frente de su grupo, con quien él había sentido durante los últimos cuatro años como su familia. «Eso le afectó mucho –dice uno de sus compañeros– porque es un tipo dedicado al cien por cien a su profesión: su familia está en Cartagena y lo que siempre ha sentido como más cercano ha sido a su grupo e incluso hasta ese momento a los jefes, con los que siempre se ha llevado bien».

El inspector Pedro no regresó a la calle, al frente de su grupo, con lo que él había sentido durante los últimos cuatro años como su familia

La jefatura y los archivos de la UIP fueron el nuevo escenario de trabajo de Pedro durante semanas, mientras nadie le daba una explicación sobre su nuevo destino y él elaboraba informes como principal cometido. «Le hemos visto hasta revisando legajos», cuenta un compañero. Tras el verano, llegó una de las grandes decepciones: la dirección condecoró a tres de los heridos más graves en los incidentes del 22-M, pero no al inspector que comandaba el grupo y que fue uno de los que peor parado acabó. «Nadie entendió aquí esa decisión –dice un agente de la UIP–, ni siquiera los policías a los que dieron la cruz roja, entre los que estaban los subinspectores de su mismo grupo». Pocos días después, el jefe del grupo VII era cesado y trasladado a la comisaría de Ciudad Lineal, pese a que alguien llegó a decirle que podría ir destinado a La Haya.

El inspector Pedro está a punto de regresar donde empezó todo, a Cartagena, donde dicen que le cogió el gusto a lucir uniforme cuando se convirtió en policía y tuvo como primer destino la UPR. Ha pasado cuatro años en la UIP, años convulsos en los que manejó con temple, según dicen gran parte de sus compañeros, a los suyos en momentos tan delicados como el 15M o los Rodea el Congreso. Dicen quienes le han visto últimamente que de sus jefes y de los políticos prefiere no hablar porque sigue queriendo ser policía. Solo habla de Cristina Cifuentes: «Se portó muy bien con él, le llamó los primeros días y le recibió en su despacho», cuenta alguien muy cercano a Pedro. En ese mismo despacho en el que Cifuentes enseña las piedras que a punto estuvieron de matar al inspector y en el que repite una y otra vez que no volverá a pasar nada parecido a lo ocurrido el 22-M.

Manuel Marlasca

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