
Iatromantis Apolo
Existe un filósofo griego –por cierto, nacido en Italia– llamado Parménides, el cual era natural de Elea-Velia, relativamente próxima a Nápoles (en 1962 se descubrió su ubicación), una cuna de foceos emigrados de la Anatolia y allí establecidos. El más conocido, considerado el padre de la filosofía era Parménides, un famoso iatromantis (sacerdote-sanador), que posiblemente practicaba el proceso de la incubación. Dicho proceso consistía en tomar unas hierbas (probablemente Papavera somnífera) que producían la entrada en lo que se conoce como el cuarto estado. Los otros tres estados son la vigilia, el sueño y la insomnación. Esta narcosis les abría el entendimiento a los griegos, los cuales “descendían a los infiernos” y así llegaban a comprender su propio ser. El término descender a los infiernos no significa irse de copas con el diablo, pues los infiernos –en la semántica de entonces– significaban el origen de las cosas, algo así como el origen de uno mismo y de la madre tierra. Por eso, la incubación se practicaba, además de en los templos, en cavernas profundas, sin que por ello hubiera que bajar en plan espeleólogo por ellas. La incubación duraba unos cuantos días, a lo sumo un par de semanas o tres, siendo asistido el incubante por el iatromantis, que probablemente le suministraba el agua y mínimo alimento para subsistir entre colocón y colocón.
Yo creo que algunos políticos, militares, empresarios, sindicalistas e incluso clérigos, viven en una incubación perpetua, mirando para otro lado y tratando de comprender lo que son, si es que son realmente alguna cosa. No hay duda de la buena voluntad de Parménides de Elea, sacerdote iatromantis de Apolo, el cual decía algo así como que “el ser es el ser y el no ser es el no ser”, lo que traducido al lenguaje moderno podría expresarse con un par de refranes: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda” y este otro que dice que “más vale vil doblón que contrito corazón”.

Parménides de Elea
Platón pone verde a nuestro iatromantis y hoy en día se cree que no son ciertas sus palabras en el diálogo acerca de Parménides (¿envidia?). Platón era muy especial, pero sus escritos son los que permanecen. A través de Platón conocemos a Sócrates y ya no estamos muy seguros de que Sócrates fuera así, como Platón nos dice. Pero Platón (posterior a Parménides) habla también del famoso mito de la caverna y se lo adapta a su propia voluntad.
Regresemos al mundo actual, muy poco diferente en sus esencias al de entonces. Nuestro mundo se mide por dos parámetros: la maldad y la inteligencia, las dos grandes armas de nuestra especie, que se utilizan por separado o asociadas, de manera que sea el beneficio propio –las más veces con el perjuicio ajeno– quien rija nuestros destinos. La maldad puede disfrazarse de las más diversas formas, pero es maldad al fin y al cabo. Por eso, a pesar de que la inteligencia la camufle, la maldad siempre acaba por aflorar ante los ojos de los damnificados.
La ignorancia es la negación de la inteligencia y, cuando se asocia con la maldad, da lugar a un daño soez y grosero, que no beneficia ni siquiera al memo que lo provoca. La maldad, asociada a la inteligencia, hace menos daño, pues se mitiga un poco y al menos beneficia al malvado. Pero en la actualidad asistimos estupefactos a la maldad de los mediocres, incapaces de generar cosa útil alguna (ni siquiera para ellos). Es tan grande su ambición que ni siquiera son capaces de gobernarla sensatamente.
La política está degradada hasta extremos gravísimos, y no solo en España, pues se ha convertido en un sistema de asalto a la riqueza –a todo trance buscada– que no repara en movimientos torpes para obtenerla. Es evidente que las cosas van a cambiar. Como cambió el mundo comunista, como cambió el mundo de las naciones o de los ideales. Eso ya no vale un pimiento. Hay demasiadas parcelaciones, demasiados políticos, demasiada burocracia innecesaria, demasiados compartimentos estancos que nadie sabe para qué sirven. Se ha terminado la época de las ideologías y nace, con una fuerza tremenda, la época de los modelos gestores. Porque o renovamos de una vez esto de la política, o seremos pasto de fundamentalismos de todo tipo, que triunfan en los países en que la corrupción es norma. Todos conocemos algunos países islámicos o latinos donde esto ha sucedido y sucede. ¿Es que nuestro futuro será el populismo dictatorial? No debemos estar dispuestos a consentirlo, pues ello supondría ser gobernados por incapaces de moral distraída, cuyo único objetivo es enriquecerse contando mentiras, unas mentiras tan obvias que ni ellos se creen, pero que la gente traga a cambio de cuatro monedillas fáciles, que les dejan tan pobres como eran o más, pero creyéndose que son alguien (cosa asombrosa, porque son esperpentos de la especie humana, pues no dan más de sí que lo que les pregonan).
La milicia está arrasada, y ya ni actúa como tal ni sirve para gran cosa, pues carece de medios materiales y de recursos humanos de suficiente calidad, dado que para ello se ocupan de ajustar la legislación con objeto de controlar las escalillas mediante la mediocridad. Claro, esto es una estupidez más, porque no existe cosa más sencilla que armar un ejército. Solo hace falta una cosa: dinero. Ya sucedió con la invasión árabe (unos cafres vencieron al ejército godo), con la reconquista (estos cafres, ahora cristianos, vencieron al magnífico ejército árabe), con los tercios de Flandes (más cafres dominando Europa), en la guerra contra Francia (la quintaesencia de la cafrería derrotó a los ejércitos regulares francés y español), en la guerra civil (cuatro sublevados con las ideas claras se cargaron el ejército republicano) y en muchos otros países (Viet-Nam se merendó a los poderosos estados Unidos, Ghandi a los ingleses, MaoTsé-Tung al ejército regular chino, los soviets al ejército imperial ruso, los sublevados al ejército real de Francia, cuatro clérigos iluminados al ejército poderoso del Sha del Irán, El cutre de Bolívar al ejército español, etc). Es lo normal, pues la ilusión prevalece sobre la corrupción siempre.
¿Y las empresas? Si una empresa se rige exclusivamente por los beneficios y no promociona el trabajo bien hecho, esa es una empresa muy débil y se la comen sus competidores. El gran éxito del cooperativismo es precisamente ese: compartir un esfuerzo común en pos de un objetivo de riqueza, que no solo abarca lo material, sino incluso lo espiritual, de manera que los trabajadores-propietarios (recuerden la cogestión alemana, de los tiempos de Adenauer y sus primeros sucesores) crean una notable riqueza para todos ellos y para su país. Una empresa verticalista tiene sus días contados, pues acaba siendo absorbida por otra más fuerte con la que no puede competir. Sin duda, el mayor tesoro de una empresa son sus recursos humanos. Si la corrupción de los mediocres se adueña de ella, esa empresa es declarada a extinguir.
Otro tanto les pasa a nuestros sindicalistas, añorantes todos ellos del sindicato vertical en una situación social horizontal. Esto les lleva a la corrupción y a una influencia social mínima. El sindicato solo puede ser gremial, pero además con funcionamiento empresarial autónomo. Otra cosa es un verticalato (que no sindicato) disfrazado, poseído por elevados niveles de corrupción, pues la inteligencia creativa siempre se rebela contra el absurdo. Sí, es cierto que los gremios pueden pactar entre sí, pero de modo testimonial y solo para situaciones de emergencia nacional. Ahora bien, no se puede estar viviendo de la mamandurria estatal (con tufillo a corruptela) y luego pretender que los creamos independientes. Pues no. Todo sindicato que se alinee políticamente con algún partido es un sindicato corrupto en su origen, como resulta obvio.
Y hay clérigos torpes, muy torpes, que no se dan cuenta del mundo en el que viven. El cristiano ha de defender su fe, y hacerlo con obras (cáritas, los colegios religiosos, misiones, hospitales, residencias…). Esa es una religión mucho más creíble que la de los símbolos (velos, burkas…) o la de los ritos esotéricos, pero con muy pocas obras de caridad. En eso estoy con San Pablo y su epístola primera a los Corintios: “si no tengo caridad, no soy nada”. La caridad es lo que califica la valía del ser humano. Lo otro no es más que maldad camuflada. Todo lo que guíe al amor, a la compartición, a la unión entre las gentes, a la tolerancia y a la bondad, está en el camino correcto. Lo que separa, lo que es impositivo, lo que exige y lo que no tolera, es un signo de maldad, carente de futuro sin duda, y no de creencia religiosa.
Pero ahora resulta que después de dos mil años de cristianismo hemos inventado el laicismo para lo que nos interesa, pero no para lo que no nos interesa. Esto me recuerda a la Revolución Mexicana, que declaró el laicismo en México, y resulta que México jamás ha dejado de ser cristiano. Todo lo contrario: es uno de los países donde más ha progresado en cristianismo a partir de entonces. No se pueden anular milenios de fe por decreto. Es una tontería más, una cortina de humo que pretende disimular otras cosas muchísimo más graves de las que habría que dar muchas explicaciones. Y es que el ateísmo es la peor de las religiones, pues como decía el premio Nóbel Heinrich Böll: “me revientan los ateos, porque solo hablan de Dios”.
Y rematamos con la dichosa crisis económica (que todavía no ha empezado de forma muy florida: en este otoño nos vamos a enterar) y que me hace sospechar que está siendo resuelta desde Bruselas (si es que se resuelve, que no lo veo claro). Tenemos la antesala del “default”, la quiebra del estado, en la que un día vas al banco y te lo encuentras cerrado, y cuando vuelves cuatro días después a sacar tu dinero, resulta que te lo han dividido por dos o por cuatro, que la moneda ha cambiado, que se ha producido una devaluación estrepitosa y que hay que volver a empezar todo. Esperemos que eso no suceda, pero el riesgo está ahí presente.
El estado, las autonomías, las diputaciones, los ayuntamientos y sus contratistas han de adelgazar necesariamente (y mucho) o nos hundimos. Y o lo hacemos o lo hacemos, pues ni los franceses (sector alimentario), ni los alemanes (sector de automoción), ni los americanos (sector tecnológico), ni los chinos (sector del comercio) van a tolerar otra cosa. ¿Para eso hay que modificar la constitución? No creo; lo que hay que modificar es la desvergüenza de nuestros políticos gobernantes.
En fin, en un mundo tan globalizado no valen maldades cutres. Si se trata de ser malvados, seámoslo en una forma inteligente. Nuestro futuro –y puede que nuestro cogote– va en ello. Es urgente echar a los incapaces y ponerse todos a trabajar, porque la situación no admite demora. Claro, para eso habría que cambiar muchas leyes y decretos torpes que se han hecho. Pero eso es fácil, de momento se los deroga y luego ya veremos cómo se hacen bien, si es que son precisos. A mi me parece que el único de urgencia imprescindible es la ley electoral, una vergüenza que nos daña, y mucho, a todos.
Créanme, no hay otra solución. Espero que así lo comprenda S.M., provoque una convocatoria de elecciones y pongamos todos nuestra clara exigencia de modificar la ley electoral como primera condición para el nuevo gobierno, así como abolir decretos y leyes corruptas que se nos han creado recientemente.
Francisco Hervás Maldonado
Coronel Médico (R)