CRISTIANOS-ASESINADOS-ISIS

Han pasado ya varios días desde la decapitación, a manos de unos asesinos islámicos, de veintiún cristianos coptos en una playa de Libia. Todavía sigo esperando el clamor de protesta y condena de la prensa del llamado “mundo libre”; también echo en falta la movilización de los líderes y gobernantes democráticos, así como de la convocatoria de una gran manifestación pública, en una gran capital europea, para condenar el terrorismo yihadista, ya sea de los fanáticos musulmanes del Califato Islámico de Libia o del Estado Islámico (IS) sirio, iraquí, afgano o pakistaní.

Los brutales asesinatos de estos veintiún cristianos egipcios secuestrados en Sirte (Libia), en medio de un obsceno y delirante ejercicio de propaganda mediática, constituyen un gravísimo —no el primero, desde luego— desafío y provocación a las naciones occidentales. Estos seres humanos, martirizados por el simple hecho de ser cristianos, vienen a engrosar la larga e interminable lista de los cristianos perseguidos, torturados y asesinados en los últimos años, en numerosos países donde campa un fanatismo religioso delirante y cruel, resultado del odio y el rencor.

Pregunta el rey David a Yahvé en el Salmo 8, dedicado a dar gloria al Creador y a resaltar la dignidad del hombre: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes del él, / el ser humano, para mirar por él?». Más adelante, vuelve David a interpelar al Señor Todopoderoso en el Salmo 143, una hermosa y sentida oración por la victoria y la prosperidad: «Señor, ¿qué es el hombre / para que te fijes en él? / ¿Qué los hijos de Adán / para que pienses en ellos?». Y a continuación, en el verso siguiente, el salmista, inspirado por el Santo Espíritu, es categórico en la respuesta a su intrépida pregunta: «El hombre es igual que un soplo; / sus días, una sombra que pasa».

Ante estas palabras del rey David, muchas personas probablemente se vean aún más sumidas en la perplejidad: si somos tan poca cosa como hombres, pero tan importantes para Dios, ¿por qué somos capaces de tanta maldad? Para un cristiano este dilema es en cierto modo falso, pues tiene en Jesucristo la respuesta. El dilema del bien y el mal no es más que el dilema que se presenta ante el ejercicio de la libertad, don supremo que ha regalado el Creador a su criatura predilecta. Por eso es tan importante que valoremos a todas las víctimas del mal de igual manera. Y les aseguro que las víctimas de esta veintena de cristianos coptos decapitados en Libia son igual de importantes y valiosas como las recientes víctimas de París, o de Siria, o de India, o de Nigeria, o de…

En todo caso, las víctimas de Libia son, junto a otras muchas de tantos momentos de la historia y de tantos lugares, verdaderos mártires de la fe. Por eso dicen que murieron pronunciando el nombre de Jesucristo. Sí, de ese Dios encarnado, verdadero Dios vivo, cuyo único mensaje a los hombres fue el amar al que es fuente primigenia del Amor, y el de amar al prójimo hasta la renuncia total. Eso sí, amar desde la libertad.

Por Miguel Torres Galera

PERIODISTA DIGITAL