La Justicia es un invento muy antiguo. De hecho, surge para evitar los conflictos entre las gentes, ya presentes en los pueblos más primitivos. Al establecerse las tribus, tras salir los hombres primitivos de la cueva y crear la primera aldea, se establece una competencia por las mujeres, las viviendas y los bienes de cada cual, una competencia que solo se resuelve al principio con la fuerza, pero con el tiempo, el hombre enriquecido –para garantizar la herencia de sus hijos– decide promover el dominio competente de las cosas por familias, agrupaciones tribales y características de mantenimiento de dichas riquezas. Es el primer esbozo de la Justicia, que es guiado a través de la filosofía incipiente de los griegos. No obstante, cada pueblo tiene sus creencias. Diodoro Sículo, por ejemplo, nos cuenta que, tras matar accidentalmente un romano a un gato en Egipto, donde era considerado un animal sagrado, el pueblo se sublevó e intentó matar a ese ciudadano romano. Lo que no nos dice es si realmente llegó a ejecutar a ese ciudadano romano la plebe enfurecida.
El término Justicia posee múltiples acepciones en el diccionario de la RAE, pero todas ellas concuerdan en una cosa: garantizar la convivencia entre las personas de acuerdo con unas normas que ellas se dan, que son las leyes. Todos sabemos que eso es un cuento, pero es lo que tenemos. Yo imagino que en los pueblos tribales recién formados imperaría la ley del más fuerte, como en el Oeste americano e incluso en la actualidad, reflejándose en nuestra forma de ejercer la política y, en definitiva, la convivencia. Poco hemos mejorado desde las tribus primitivas, pues cada uno barre para su lado. La democracia fue una esperanza siempre, a lo largo de la historia de la humanidad, pero la realidad es que no ha llegado a desarrollarse plena y debidamente (es decir, con Justicia) jamás. No hay duda: seguimos siendo unas manadas de animales. Bípedos y pelones, pero animales, al fin y al cabo. Porque para que pueda existir una verdadera Justicia, lo primero que debe existir es el cariño entre las gentes, al menos en forma muy mayoritaria. Y eso no existe mayoritariamente; cada cual va a lo suyo y un poco a los de su cuerda: su familia, sus amigos y socios en el negocio. La sentencia latina atribuida a Hobbes lo define muy bien: “primum vivere, deinde philosophare”. O como dice un antiguo refrán español:
“De lo tuyo, madre, comemos los dos; porque de lo mío solo como yo”.
La Justicia puede ser analizada bajo muchos prismas, lo cual indica que nadie cree en ella ni quiere creer, pero en fin veámoslos. En primer lugar, vemos que la Justicia posee dos fundamentos. El primero es el que consigue algo, aunque muy poco: se trata del fundamento de convivencia. Uno no puede estar todo el día peleando o en guardia, aunque no sea más que por la necesidad diaria de dormir unas cuantas horas. Eso lo entiende la sociedad y esa razón más bien cultural de convivencia es la única que convence a la mayor parte de la gente. Pero existe una segunda razón estética (no puede haber ética sin estética), que está constituida por las normas y leyes. Demasiadas leyes, sin duda, lo que las hace incumplibles, según el momento, lugar y condición del legislado. De manera que verdaderamente la Justicia se funda en la convivencia y la estética. Lo que pasa es que esta última suele modificarse según quien legisle. Como la guitarra del mesón, de Antonio Machado: “guitarra del mesón que hoy suenas jotas, mañana peteneras, según quien viene y tañe las empolvadas cuerdas…”
Así es que, tal como hoy la vemos, la Justicia parece una fábula que tapa la realidad que constantemente daña la convivencia: el egoísmo. Porque… si la Justicia fuera algo realmente buscado y evidente, no necesitaría tanta forma. No les quepa duda de que “aquí hay gato encerrado”.
La Justicia puede ser enfocada filosóficamente como expresión ética de la virtud. Es una virtud presuntamente objetiva, pues trata de beneficiar a todos y cada uno en la medida que le corresponda según sus acciones. Al menos eso se busca. Ahora bien, ¿qué es la virtud? Y aquí nos metemos en un nuevo charco, pues la virtud se ve condicionada por las creencias, la cultura, los mayores o menores conocimientos científicos, la historia de nuestra evolución humana y muchas otras cosas más. Para algunos judíos parecía virtud matar a Cristo, así como para demasiados nazis era virtud matar a los judíos, o para los comunistas matar a la gente con dinero. No sabemos realmente que es la virtud y por ello resulta difícil unificar los criterios éticos de la vida.
Por eso, el sentido de que algo sea justo o injusto se basa en un convenio multilateral de mayorías y siempre habrá gente en desacuerdo con ello. Ahora bien, ¿qué sería de la vida sin esos acuerdos? Probablemente ya nos habríamos extinguido.
En el Derecho Romano, origen de toda nuestra legislación, Ulpiano definió la justicia como “la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho” (constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi). Es un concepto objetivo concreto y no un ideal supremo abstracto. Bueno, parece que algunas de nuestras leyes ni siquiera cumplen tal cosa; son excesivamente subjetivas e ideológicas, por desgracia. Se trata de una contaminación más de la convivencia por las ideologías. Afortunadamente no siempre ni en todos los aspectos de la justicia, esta es así, aunque sí lo pretenden mayoritariamente los legisladores, debido sobre todo a dos graves cánceres de la convivencia: el egoísmo y la incultura.
Desde el punto de vista cristiano tenemos un doble enfoque. Según el Antiguo Testamento, la Justicia es cumplir la voluntad de Dios, sin que intervenga demasiado la conducta de los hombres y su relación de convivencia. La cosa cambia radicalmente en el Nuevo Testamento, donde Cristo iguala a los hombres en el amor y si no se aman entre ellos es imposible que amen a Dios. Es una maravillosa enseñanza de convivencia con una norma sencilla: no hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti, comparte tus cosas, sé leal a todas las personas, ayuda a quien lo necesite… En una palabra: amar. Claro que, si nos amásemos de verdad, la Justicia tendría muy poco sentido. Pero eso, por desgracia ni tan siquiera se cumple en las distintas iglesias cristianas: católica, protestantes, orientales… Tenemos mucho que avanzar todavía. Todos, yo el primero.
Posteriormente se han intentado mezclar conceptos de las diversas creencias religiosas del mundo con el agnosticismo, haciendo una especie de batiburrillo de muy difícil explicación y escasa validez para el conjunto en su totalidad. Las Naciones Unidas (ONU) intentaron, con su declaración universal de los derechos humanos, establecer una norma global para la elaboración de las leyes, pero… parece haber fracasado. Las guerras siguen, las dictaduras (camufladas o no) siguen ‘in crescendo’, las políticas colectivistas –herederas de las creencias del comunismo– siguen avanzando y el egoísmo se hace fuerte en el colectivo global de la humanidad: aborto, eutanasia, normas claramente injustas de convivencia y división social entre los de mi intocable ideología y los demás. Se miente en los medios de comunicación, se crean normas y leyes no consensuadas, se ataca a quien se oponga a la voluntad ideológica dominante, incluyendo a las religiones y sus miembros, y se vuelve a recurrir a la guerra –siempre injusta– una y otra vez.
¿Qué dice la Justicia a todo ello? Poca cosa.
Siento ser tan pesimista, pero es lo que hay. Más de un millón de años de evolución y estamos como al principio: volviendo a la cueva. Esa al menos parece ser la voluntad de las teorías feministas y también de las machistas (islámicos, etc.), pero con una diferencia: las feministas quieren varias mujeres con muchos hombres compartidos por cueva, sin pertenencia específica a nadie para poder disfrutarlos, mientras los machistas también quieren varias mujeres por cueva, pero que no salgan y con un solo hombre por cueva para disfrutarlas.
Comprenderán ustedes por qué hay que darse de vez en cuando un lingotazo de cualquier bebida espirituosa o buen vino, siempre precedidos por ene cervezas. Esto no se arregla y nos estamos yendo a pique.
¿Qué por qué me molesto en hacerme estas reflexiones? Pues por la misma razón de Cayo Tito cuando se dirigió al senado: “verba volant, scripta manent”; por si se me olvida alguna vez.
Francisco Hervás Maldonado
Coronel Médico (r)