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Articulo del colaborador de BENEMERITA AL DIA y Cronista Oficial de la Villa de Aranjuez D.JOSE LUIS LINDO MARTINEZ.

ROPA TENDIDA EN LAS CORRALAS Y ERAS DE ARANJUEZ

Una de las múltiples faenas domésticas que ha llevado adelante la mujer desde tiempos antiguos fue la colada en las riberas de los ríos o patios de las corralas, y el posterior tendido de la ropa al sol en las eras y patios soleados. Todo esto viene a colación, en base a un detalle que en la prensa nacional me llamó la atención. El día 6 de noviembre de 1893 el periódico El Liberal anunciaba el estreno en el Teatro Lara de Madrid de la obra cómica “Ropa tendida”. Al pasar a una corrala con una amiga, presencié a una anciana ribereña tendiendo la ropa, algo tan trivial y que sin embargo me impulsó a enhebrar esta Pincelada.

En Aranjuez, como en muchas otras poblaciones en España, para hacer la colada las mujeres acudían con sus banastas de mimbre llenas de ropa a las riberas de los ríos, acequias, caceras o canales; una vez concluida la faena que se realizaba con la clásica tabla ondulada o encima de alguna amplia piedra plana, volvían con la ropa mojada a sus casas. Imágenes que quedan afortunadamente impresas en retratos de un Aranjuez antiguo.

A comienzos de los años veinte del siglo pasado el pueblo ribereño comenzó a contar con agua en las corralas, casas de vecindad y casas de la clase pudiente. En 1924 el Consistorio ribereño expresa en las Ordenanzas Municipales, en el capítulo II referido a las fuentes públicas, que quedaba prohibido lavar ropas en los pilones de las fuentes públicas. No obstante la población más humilde, contraviniendo a la autoridad municipal, seguía aseando su ropa allá donde pudiera por no contar con la acometida del agua en sus hogares o vecindades.

Pudiera considerarse este episodio algo trivial, pero están vivos en mi memoria los recuerdos de la infancia, cuando en los lunes volvía de la escuela y veía a mi madre, mi tía o mi abuela, una a cada lado de la larga artesa de madera y cinc de tres metros de largo instalada en el patio de la corrala cuyo piso estaba empedrado –propiedad de Julianillo “el sastre”–, muy afanadas frotando la ropa, con sus mandiles empapados por el agua. Recuerdo con nostalgia el humear del agua caliente que echaban con el cubo de cinc a la artesa, que previamente habían calentado en el fuego del hornillo de la casa, con el fin de renovar el agua y así eliminar la suciedad de la ropa acumulada en la artesa lavado tras lavado. El agua caliente era para aquellas mujeres un bálsamo por cuanto sus curtidas o maltrechas manos estaban en muchos casos llenos de sabañones. Manos rotas de restregar y restregar que pedían auxilio. Recuerdo de chico que tenía que ir a la tienda del barrio a la voz de mi madre: que me mandaba a la casa de la Sara a comprar añil, secopón (detergente) y una lejía de la marca Ratón. ¡Qué tiempos! La casa de Sara y de José Romero era la tienda de ultramarinos de referencia del barrio. ¡Qué recuerdos!

Las prendas de ropa largas, por ejemplo las sábanas, colchas, etcétera, una vez lavadas, la retorcían lo máximo posible hasta que soltaba el agua, y así, una vez escurridas, quedaban listas para el oreo y secado final. Era una faena dura, no había lavadoras y secadoras automáticas como hoy tenemos en nuestras casas. Otro panorama en las corralas, era observar cómo iban acompañadas las mujeres del barreño con la ropa recién lavada y el talego de las pinzas de madera para sujetar la ropa, que tendían en las largas cuerdas o alambres tensados de barandilla a barandilla, y que por supuesto se respetaba por el vecindario.

También era habitual observar tendida la ropa en las eras al sol a las afueras de Aranjuez, para que se comiese éste esas manchas difíciles de quitar y que después de frotar y frotar no quedaban blancas. Pueden citarse, por ejemplo las eras del Cerrillo, del Hospital de San Carlos, detrás de la Plaza de Toros, de las Casas Baratas, del Matadero, de los Enanos, numerosas explanadas de las que gozaba Aranjuez. Largas cuerdas o alambres atados desde un palo a otro y en el centro otros ahorquillados, dejaban al aire y al sol el secado de la ropa. Esto, como casi todo, estaba regulado en la población por medio de ordenanza municipal.

Aun hoy, en las pocas corralas antiguas que subsisten, observamos a las ribereñas tendiendo sus ropas en las cuerdas de los corredores que dan al patio común. Son retratos de otros tiempos pero también de hoy que nunca se borran de la memoria de un niño ya adulto.

Publicado el día 2 de noviembre de 2013 en El Rincón del Cronista

http://joseluislindo.wordpress.com/ José Luis Lindo Martínez