23-11-TEMPLARIOS

La historiadora María Lara Martínez nos desvela el fascinante paso de los templarios por las tierras ibéricas

En su nuevo libro, Enclaves templarios en España (EDAF, 2013), la historiadora y escritora María Lara Martínez, nos desvela el fascinante paso de los monjes-soldados por las tierras ibéricas. El enigma de los templarios es uno de los temas de la Historia que mayor interés ha despertado. Fueron monjes y soldados, participaron en los acontecimientos bélicos más importantes de su época, no hubo espacio de la Cristiandad en el que no dejaran su sello y su poder económico fue tal que, además de fraguar un macroestado, constituyeron la primera multinacional. Sin embargo, su ciclo se redujo a doscientos años y, en el momento de mayor esplendor, de repente cayeron en desgracia y fueron
aparentemente exterminados.

Para entender los proyectos de los templarios, es preciso conocer el ambiente de exaltación religiosa en el que fue gestada la orden. Desde 1095, Europa fue escenario de la Primera Cruzada, predicada por Urbano II como respuesta a la expansión del Islam. En las campañas realizadas en este marco de Guerra Santa participaron nobles de las principales cortes europeas, como Francia o Inglaterra, unos animados por cuestión de fe y otros, más bien, por granjearse el favor de Roma. Lo que el pontífice no había previsto era el entusiasmo que su llamamiento produciría entre las gentes de la ciudad y del agro. A la Cruzada de la nobleza se sumó otra constituida por el pueblo llano, mas los contratiempos del viaje hicieron que sólo unos pocos pudieran llegar a Próximo Oriente. Esta Primera Cruzada finalizó en 1099 con la toma de Jerusalén por parte de los valedores de la cruz.

Algunos participantes se instalaron en Judea, para consolidar el dominio cristiano. Entre ellos, un grupo de nueve caballeros que se erigieron como protectores de los peregrinos que emigraban a Tierra Santa. El círculo estaba presidido por el francés Hugo de Payens y por el flamenco Godofredo de Saint-Omer que, en 1119 ó 1120, impulsaron su constitución como corporación militar y religiosa. La agrupación nació con el nombre de la «Milicia de los Pobres Caballeros de Cristo» y recibió otros apelativos como «Caballeros de la Ciudad Santa», «Caballeros del Templo de Salomón de Jerusalén», «Santa Milicia Jerosolimitana del Templo de Salomón»…, si bien fue conocida como «Orden del Temple».

Concilio de Troyes

En 1128, se convocó expresamente el Concilio de Troyes para conferir reconocimiento oficial a la mesnada. Durante el mismo se redactó la normativa que habrían de seguir, basada en la Regla de San Agustín (que habían acatado hasta ese momento), aunque con inspiración cisterciense (infundida por Bernardo de Claraval). La cotidianidad del monje-soldado estaría marcada por la sencillez, la pobreza, la castidad y la oración. Cinco de sus integrantes viajaron por Europa para reclutar caballeros y captar fondos económicos que financiaran las campañas religiosas. En unos pocos años ya sumaban 30.000 hombres y 9.000 encomiendas, además las viejas coronas les entregaron más de cincuenta fortalezas que garantizaban su puesto preeminente en Francia, Alemania, España, Portugal o las Islas Británicas.

Los templarios destacaron por su destreza en la batalla, aunque uno de sus valores más firmes era la aptitud logística. Crearon un alfabeto con caracteres propios y un lenguaje encriptado muy difícil de descifrar. Inocencio II valoró su aportación en las cruzadas en la bula Omne datum optimum, de 1139, reservándoles ciertos privilegios, como la capacidad de responder de sus actos únicamente ante el Papado y la exención de pago de los diezmos a los obispos. La fortuna amasada por el Temple causó un enorme recelo en los tronos, que persiguieron a sus miembros acusándolos de herejía. El rey francés Felipe IV el Hermoso, endeudado por el préstamo adquirido por su abuelo Luis IX en la Séptima Cruzada, presionó a Clemente V para comenzar el juicio de los templarios, durante el que fueron acusados de sodomía, de prácticas satánicas y de escupir al crucifijo. Sobre este último cargo, es preciso comentar que, para acceder al capítulo secreto de carácter iniciático, se pedía al aspirante que escupiera sobre la cruz, se le administraba el «bautismo del fuego» (baphos-metheos) y, finalmente, el oficiante administraba el «aliento del espíritu», soplando en la base de la columna vertebral del neófito.

140 templarios torturados

El proceso inquisitorial supuso la abolición de la orden por parte del papa Clemente V. Jacques de Molay y 140 templarios fueron encarcelados y torturados. Durante el Concilio de Vienne, en 1311 se estipuló la disolución de la Orden del Temple por decreto apostólico (bula Vox Clamantis, de 1312). Tres años después Molay fue quemado en la hoguera. El patrimonio que los templarios habían acumulado por toda Europa fue cedido a los hospitalarios. En el año 2007, coincidiendo con el 700 aniversario del comienzo de la represión, salió a la luz un documento de los archivos secretos del Vaticano conocido como el «Pergamino de Chinon» (1308), según el cual el mismo pontífice que sentenció a los templarios habría decretado su absolución. Pese a su drástico ocaso, la orden fue refundada en varios lugares, especialmente en España, con diversos nombres.

A comienzos de 1981 la Santa Sede encontró más de 400 organizaciones sucesoras de los templarios y, actualmente, esta fraternidad sigue siendo para muchos una filosofía de vida: «si por la causa de Dios has pasado de conde a soldado y de rico a pobre- advertía en 1125 Bernardo de Claraval a Hugo-, te felicito como es justo, y en ti glorifico a Dios, porque sé que este cambio se debe a la diestra del Altísimo».

El libro Enclaves Templarios en España recoge toda la huella que la Orden dejó en nuestro país. De una forma rigurosa y exhaustiva, la obra viaja por toda la geografía española buscando todos los lugares en los que recordar esta época y esta etapa de la Historia.