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Tentar y tocar.

Francisco Hervás Maldonado

Tu piel, blanca y cohibida

Se acreció mujer en manos

De mi angustia...

Poeta desconocido  (en un vagón del metro)

El verbo tentar tiene múltiples acepciones, aunque las más frecuentes son siete.

En primer lugar, la voz tentar alude al hecho material del ejercicio del tacto. Un poco más específicamente, viene a ser el reconocimiento de objetos mediante el tacto a cargo de personas ciegas.

La tercera acepción supone la inducción, la instigación, el estimular la voluntad ajena hacia el ejercicio de algo, bien sea de obra o de pensamiento. Se puede tentar a la lascivia con una dama de rechupete o al odio hacia terceros, simplemente. Sea cual fuere el ejercicio de la tentación, no suele ser bueno, pues implica una trasgresión del “statu quo” en que uno vive. Por eso, siempre hemos dicho que la tentación es un ejercicio de referencia diabólica y que tiene por objeto dañar, no solo a los demás, sino preferentemente a uno mismo.

Algo más “light” suele ser la cuarta acepción: examinar, probar o experimentar, cosa muy propia de los inventores. Esto sí posee una base moral sólida, aunque no exenta de cierto riesgo de majadería, porque no todos tientan lo que se deriva de un aprendizaje previo, sino que suelen omitirse pasos intermedios – a veces, fundamentales – en virtud del algoritmo tan común de “a la me cago en diez”.

Cuando probamos la fortaleza o tesón de personas, animales o cosas, tanto en lo físico como en lo moral, nos hallamos en la quinta acepción, que suele ser turbia (soborno, falsas promesas…), pero no necesariamente. Por ejemplo: probamos la resistencia de un material a martillazos o tentamos la capacidad de respuesta de un ratón de experimentación en un laberinto (¡pobre múrido!). Una variante muy española de este caso es la sexta acepción del verbo tentar: practicar la tienta de unos becerros o vaquillas, para decidir su destino taurino: plaza, matadero o reproducción.

La última acepción considerada (aunque yo creo que puede haber más) dentro de las frecuentes, tiene un sentido específicamente sexual y de uso más en los pueblos que en las ciudades, donde las lugareñas de antaño decían que sin el cura “ni tentar ni que la tienten a una”. Esta pudiera ser una herencia moruna, puesto que los árabes solo tocan lo que pagan (incluyendo las mujeres) y nuestra forma de pago – de mucha consideración, sin duda – es la humillación de la vía vicarial y subsecuentes esponsales.

El hecho de tentar nos sume en una aventura, en la fantasía del ¿por qué no?, que tanto nos seduce. Fíjense que cuando aludimos al tacto, incluimos en el verbo tentar toda suerte de variantes, como palpar (un tacto inocente, propio de los profesionales de la medicina), sobar (que va desde el sexo a las anchoas de Santoña, que están mucho más buenas si son sobadas que si son escaldadas, aludiendo a la forma de quitarles la piel), magrear (no siempre su significado acarrea un sobo lascivo gratificante, puesto que los mamporreros de las caballerías no creo que tiren cohetes a causa de su ejercicio laboral de magreo sobre el semental), o tocar (que abarca desde la inocencia hasta la autocomplacencia, tan bien definida por el cura de “Amarcord”, la película de Federico Fellini, que preguntaba en confesión a los adolescentes: “¿te tocas?”).

El tacto físico y psíquico se expresa con otros términos, como rozar (no tengo roce con fulanito), mimar (cuando es cariñoso y adornado de buenos sentimientos) o besar, que no solo alude al beso físico, sino al contacto de dos superficies que pueden ser inmateriales (de hecho, en esta acepción lo suelen ser).

Hay tactos muy específicos, como la cópula, fecundación, fornicación, ayuntamiento, cohabitación y muchos otros, que definen la unión sexual de forma convencional, porque hay otras muchas palabras que la definen en su forma contra natura.

A veces le toca a uno el gordo, o la china, o pagar el pato. Son algunas de las muchas formas de tentar.

Otras veces, se trata de una instigación a la proeza o a la defensa de los valores más nobles, como cuando don Quijote explica la razón de sus actos de una manera tajante: “por la libertad y el honor, se puede y se debe morir”. Uno se ve tentado a rebelarse frente a las injusticias, los abusos y las indecencias de la vida.

Fijémonos bien que se dan la mano la maldad y el heroísmo, pues ambas conductas son consecuencia de una tentación previa. Vamos a poner dos ejemplos: el psicópata y el líder.

Todo psicópata posee dos características fundamentales y una consecuencia. Para el psicópata, no existe más interés que el propio, porque es incapaz de sentir el daño ajeno. La segunda característica es que no suele ser tonto, luego tiene facilidad para ingeniárselas de manera que se salga con la suya, buscando razones que incluso se pueden considerar como lógicas. Sin embargo, la consecuencia de todo ello es que el psicópata desprecia a su rival y por eso, es un ser extraordinariamente vulnerable. Basta con plantarle cara, dada su notable cobardía. Así es que las agresiones del psicópata son siempre a personas que él considera débiles y, además, las hace siempre a traición. Los psicópatas suelen encontrarse en los puestos de poder, porque ello les permite satisfacer más su ego. Ante un intento de agresión de un psicópata, es casi imprescindible plantarle cara. Es esta, por tanto una conducta berrenda en tentación de puro egoísmo.

El líder es alguien que convence sin vencer – a diferencia del psicópata – y suele ser encumbrado por la gente hacia los laudos. Sin embargo, no seamos inocentes, porque el líder es también egoísta, pero elige otra vía de satisfacción: la redundante. El líder piensa en hacer sentir a los demás lo que le viene bien que sientan, que no es lo mismo. Sin embargo, sus razones son morales porque busca el bien común bajo su óptica. Aunque en ocasiones se dan ciertas circunstancias que le sitúan lejos de los demás. Por ejemplo, si los demás desean una promoción personal con desprecio de otra población vecina, el líder les debería frenar, pero no suele hacerlo porque no desea enfrentarse a quienes le han encumbrado, como frecuentemente vemos en estos días. Es el caso de muchos políticos. La tentación del líder es también egoísta, pero referida a un determinado colectivo. Más adecuado sería llamarla colectivista interesado.

Nos quedan los toros, por su tienta, con el conato de ataque a ver como nos responden. Tal vez nosotros utilicemos esa estrategia desde la infancia, no solo con los toros, por supuesto. Uno tiende a probar a su rival, como en las películas del oeste y tras atizarse de mamporros, llega a la unión con su rival, pues ambos saben ya cuáles son sus fuerzas. Algo así como el final de la película “Casablanca”, de Michael Curtiz, donde Claude Rains le dice a Humprey Bogart que “este puede ser el principio de una gran amistad”, en una panorámica de zoom que les pierde, alejándose entre la niebla.

De los cinco sentidos del ser humano, el que mayor placer produce es el tacto. El tacto es un sentido primigenio y altísimamente desarrollado, mucho más que el oído o la vista. Solo el olfato y el gusto se le aproximan, pero quedando a una gran distancia por el momento. El tacto es el único sentido capaz de crear, capaz de comprender, capaz de transmitir sentimientos y sensaciones. Por ejemplo, en un centro de robótica inglés han diseñado un autómata que emula sentimientos, de manera que se inquieta y altera ante diversas circunstancias. Tras varios intentos, se ha comprobado que lo que le calma es darle unos golpecitos en la espalda: el tacto. Mi gato se sosiega y ronronea al pasarle la mano por el lomo, acariciándolo. Un niño que no es besado y abrazado con frecuencia, dicen los psicólogos que es muy probable que escore hacia la delincuencia.

Los eslavos se saludan con tres besos, los latinos con dos y los hispanos con uno. Cuando no hay mucha confianza damos la mano. Siempre tacto. Una prueba de rechazo es negar la mano o volver la cara a una persona. Los animales hacen lo mismo: se restriegan unos con otros, se separan, gruñen o se atacan.

Al fin y al cabo, por muchas palabras que utilicemos, en materia de sensaciones siempre nos vamos a quedar cortos y en sentimientos cortísimos. La ciencia – sin duda – es efímera, pero los sentimientos son eternos, al igual que las sensaciones, aunque estas evolucionan con las especies, porque los sentidos así lo hacen. En lo que siempre tendremos palabras suficientes es en materia científica, porque la ciencia se atañe siempre a la lógica y esta última es precisa, concreta y tajante. Aunque…, eso sí, es más falsa que un maravedí de chocolate. A las pruebas escritas me remito. Lean a Blaise Pascal y a Henri Poincaré, a Fibonacci, a Newton o a Santiago Ramón y Cajal, por poner algunos ejemplos. Verán que su realidad se contradice siempre. Es el signo de cada tiempo.

Y lo peor: hay gente sin tiento ni medida en materia de ética. Se les conoce como corruptos. ¿Necesitan alguna lista o leen la prensa cada día?

Francisco Hervás Maldonado

Coronel Médico