Una operación anfibia: la toma de la isla Terceira
Tomás San Clemente De Mingo.
Don Antonio prior de Crato y aspirante al trono portugués, había huido de Portugal pero todavía conservaba ciertas amistades quienes se habían asegurado el control de ocho de las nueve islas del archipiélago de las Azores. Sólo la mayor, San Miguel, reconocía la autoridad de Felipe II. En este sentido, se envió una expedición bajo el mando de Pedro de Valdés, que partiendo de Lisboa con 6 buques y 700 hombres tomó rumbo a punta delgada. La misión principal era la de proteger las flotas coloniales para que el prior de Crato no las capturase o las llevara a Francia, y solo después, ganar la obediencia de las islas. Semanas después debían de ser reforzados con 12 navíos y 1200 hombres al mando de Fenollet. La operación se vino al traste cuando Valdés, sin esperar a los refuerzos, decidió llevar a cabo un desembarco, costándole la vida a más de 200 de sus hombres (incluido su hijo Diego Valdés).
Don Antonio, ahora en Francia, en primera instancia conseguía apoyo para la invasión a gran escala de las islas Azores, para luego volcarse en la reconquista de Portugal. Prometió a Isabel de Inglaterra un fuerte en África Occidental a cambio de su apoyo; y ofreció Madeira, Guinea y Brasil al galo Enrique III. Si bien, de manera «clara» Isabel no dio un apoyo tácito al «pretendiente», debido a la acción diplomática de Bernardino de Mendoza, si que pudo conseguir el apoyo de 11 barcos de corsarios ingleses que navegaron bajo su bandera hacia las Azores en el verano de 1582. No obstante, la parte fundamental de la flota de 59 navíos y 6000 hombres del pretendiente provenía de los galos, reunida y mandada por Filipo Strozzi.
Desalojar las fuerzas de don Antonio de las Azores exigía de Felipe II la puesta en marcha de una operación anfibia. Ciertamente, antes ya se habían llevado a cabo operaciones anfibias de gran envergadura ( Túnez, Argel, y Malta son un claro ejemplo) pero en el Mar mediterráneo. Hasta 1580 España no dispuso de una marina a vela operativa en el Atlántico que pudiera enfrentarse a los pesados navíos de combate desarrollados en Europa del Norte, especialmente en Inglaterra. Los doce galeones que mantenía la corona portuguesa, sin embargo, eran una cosa bien distinta. Barcos que fueron capturados por Santa Cruz (Álvaro de Bazán) y sus galeras al caer Lisboa.
Junto con ellos, Santa Cruz había capturado una magnífica base naval: el estrecho acceso a la desembocadura del Tajo, protegido por fuertes, y refrozado mediante artillería pesada, fue en 1582 la base adecuada desde donde interceptar la Armada de don Antonio, y poner en marcha una operación de recuperación de las Azores.
A finales de Julio, la flota de 60 barcos y 8000 hombres de Santa Cruz trabó contacto con la flota de Strozzi frente a la isla de San Miguel. Se enzarzaron en un combate de desgaste a corta distancia. La táctica española era sencilla: los capitanes, en solitario, tras escoger un barco enemigo, enviaban una andanada de corto alcance y procedían a su apresamiento y abordaje. Con el San Martín, su capitana, Santa Cruz buscó por todas parte el barco de Strozzi, y tras encontrarlo, lo hundió a cañonazos. Al final, la flota de don Antonio había perdido diez barcos, hundidos o capturados, y más de 1000 hombres.
Todavía Terceira permanecía en manos del prior de Crato, y en la primavera de 1583 más de 800 franceses llegaron para reforzar la isla. Santa Cruz en Lisboa hacía los preparativos de una invasión anfibia con ingentes recursos: más de 15000 hombres y 98 barcos, incluyendo 31 mercantes convertidos en transporte de tropas, pequeños veleros y lanchas de desembarco, cinco galeones de combates, doce galeras y dos galeazas. El papel de la fuerza naval era arrojar las tropas en una cabeza de playa preestablecida, y luego darles cobertura hasta que los objetivos militares hubieran sido conseguidos.
Los de Terceira esperaban la invasión en los puertos de Angra y Peggia, y en consecuencia habían dispuestos sus fuerzas en estos puntos. Santa Cruz decidió asestar el golpe principal en Mole, una playa a 18 kilómetros de Angra, defendida por ligeras fortificaciones. Parker recoge un informe de Santa Cruz acerca del desembarco muy esclarecedor:
» La capitana comenzó a batir y desmontar la artillería enemiga, y el resto de las galeras hicieron otro tanto. Las barcazas de desembarco tocaron tierra, y situaron soldados a ambos lados de las fortificaciones y en las trincheras, aunque con enorme dificultad y esforzándose bajo la presión del fuego enemigo, de artillería, arcabuces y mosquetes. Al asaltar las trincheras, los soldados se encontraron bajo un cerrado fuego de armas de corto alcance, pero al final consiguieron tomar fuertes y trincheras»
Don Antonio prior de Crato y pretendiente a la corona portuguesa y un puñado de acólitos lograron escapar con vida.
España, por aquellos entonces, se había convertido en una auténtica potencia oceánica; sus tropas, transportadas a través del mar, podían golpear con precisión de cirujano en cualquier punto de las costas enemigas. Todo lo que necesitaba era dinero (el nervio de la guerra) y una flota que transportara a sus efectivos.